José Luis Masegosa
01:00 • 30 abr. 2012
Esta semana, en concreto el próximo jueves, día tres, se celebra el Día Mundial de la Libertad de Prensa. La celebración se realiza en un pésimo y oscuro panorama para la profesión periodista, con una dura transgresión de los derechos laborales y profesionales ante la que nadie pone coto, pese a los innumerables esfuerzos de organizaciones, sindicatos y colectivos que van a denunciar, una vez más, las difíciles y complejas condiciones en las que se ejerce el oficio. Unas condiciones que han empeorado hasta límites insospechados, en un aciago panorama que ha relegado la profesión periodística a un estadio residual en un entono donde ya no se valora la insustituible e imprescindible función social que desempeñamos –o deberíamos hacerlo- los periodistas.
La profesión vive inmersa desde hace tiempo en una crisis progresiva que se ha agudizado sobremanera con la crisis socioeconómica que azota a todos los sectores y que exige ante todo un proceso de análisis y autocrítica. Cada año, cuando se acerca el tres de mayo, festividad de la Cruz, no puedo evitar el recuerdo y la remembranza de las cruces de los profesionales del periodismo. Esa frecuente cruz que en los últimos tiempos cargan con franciscana resignación los compañeros que sin razón alguna, salvo la arbitrariedad y la ambición de grandes beneficios empresariales, han quedado en paro y subsisten en el desempleo y en la falta de oportunidades. O esa otra dura cruz bajo la que ejercen con la mayor dignidad y profesionalidad numerosos periodistas en zonas de conflicto y en contextos carentes de derechos humanos y bajo el yugo de la represión y de la tortura. Ejemplos, haberlos. Acuden como relámpagos las figuras de Caddy Adzuba, periodista de Radio Okapi, la emisora de Naciones Unidas en la República Democrática del Congo, que aún vive con la incertidumbre de no levantarse mañana porque una bala le haya atravesado la cabeza; o la mirada firme y serena de Shahira Amin, periodista egipcia que renunció al puesto que tenía en Nile TV, la televisión estatal egipcia, para adherirse al movimiento de la Plaza de Tahir. Shahira colabora con la CNN y otros medios bajo la amenaza constante por defender los derechos humanos. Ambas profesionales ostentan el premio Julio Anguita Parrado, que otorga el Sindicato de Periodistas de Andalucía, y son sólo dos ejemplos de excelentes periodistas que alimentan una bocanada de aire fresco, un revulsivo de esperanza para una profesión denostada y vilipendiada. Caddy y Shahira son dos altavoces para el silencio.
La profesión vive inmersa desde hace tiempo en una crisis progresiva que se ha agudizado sobremanera con la crisis socioeconómica que azota a todos los sectores y que exige ante todo un proceso de análisis y autocrítica. Cada año, cuando se acerca el tres de mayo, festividad de la Cruz, no puedo evitar el recuerdo y la remembranza de las cruces de los profesionales del periodismo. Esa frecuente cruz que en los últimos tiempos cargan con franciscana resignación los compañeros que sin razón alguna, salvo la arbitrariedad y la ambición de grandes beneficios empresariales, han quedado en paro y subsisten en el desempleo y en la falta de oportunidades. O esa otra dura cruz bajo la que ejercen con la mayor dignidad y profesionalidad numerosos periodistas en zonas de conflicto y en contextos carentes de derechos humanos y bajo el yugo de la represión y de la tortura. Ejemplos, haberlos. Acuden como relámpagos las figuras de Caddy Adzuba, periodista de Radio Okapi, la emisora de Naciones Unidas en la República Democrática del Congo, que aún vive con la incertidumbre de no levantarse mañana porque una bala le haya atravesado la cabeza; o la mirada firme y serena de Shahira Amin, periodista egipcia que renunció al puesto que tenía en Nile TV, la televisión estatal egipcia, para adherirse al movimiento de la Plaza de Tahir. Shahira colabora con la CNN y otros medios bajo la amenaza constante por defender los derechos humanos. Ambas profesionales ostentan el premio Julio Anguita Parrado, que otorga el Sindicato de Periodistas de Andalucía, y son sólo dos ejemplos de excelentes periodistas que alimentan una bocanada de aire fresco, un revulsivo de esperanza para una profesión denostada y vilipendiada. Caddy y Shahira son dos altavoces para el silencio.
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