El Algarrobico: La patata caliente que nadie se atreve a enfriar

Carta del director

El Algarrobico.
El Algarrobico. La Voz
Pedro Manuel de La Cruz
20:04 • 28 oct. 2023

Cuando en noviembre de 2005 entró en sede judicial el primer recurso contra la licencia que permitía construir El Algarrobico, las obras ya estaban a punto de finalizar. 411 habitaciones distribuidas en 20 plantas estaban a meses de culminarse y nadie había mirado hacia esa construcción en los cuatro años transcurridos desde que en 2001 la empresa promotora solicitase la licencia para iniciar la construcción del hotel.  El 21 de febrero de 2006, tres meses más tarde, el magistrado Jesús Rivera firmaba el auto que suspendía la continuidad de las obras. Comenzaba un proceso que, 17 años después, todavía continúa transitando por un laberinto judicial y político al que nadie se atreve a poner fecha de finalización. 



Durante todos estos años El Algarrobico se ha consolidado como un icono de la agresión medioambiental y su capacidad de seducción mediática le convirtió desde aquel otoño lejano en un referente periodístico en el que siempre puede encontrarse un titular atractivo. El interminable recorrido judicial, el estruendo de la metralla política, la protesta constante de la trinchera ecologista, los intereses de la empresa, la posición del ayuntamiento, los argumentos de los vecinos de Carboneras y la guerra permanente entre los gobiernos autonómicos y central, manteniendo un interminable fuego cruzado, han acompañado a un edificio que quizá nunca se debió haber levantado, que casi todos quieren (dicen querer, mejor) tirarlo y al que nadie se atreve a cerrar su trayectoria. 



Han pasado 17 años desde aquella mañana en la que Jesús Rivera firmó la paralización de las obras y no ha habido ni un solo presidente del gobierno autonómico, ni un solo consejero vinculado con el medio ambiente, que no haya defendido el derribo del hotel. En público. Porque en privado han sido muy pocos- créanme- los que se han mostrado tan convencidos de lo que con tanto ardor defendían en los parlamentos o ante los medios de comunicación. 



Nadie duda de la consistencia jurídica en la que los diferentes órganos judiciales han basado sus autos y sentencias. Tampoco en la necesidad de su cumplimiento.  



En lo que ya no hay tanta unanimidad- de ahí que la contundencia de las declaraciones en público no coincida, aunque de forma matizada, con lo que dicen en privado-, es en el hecho de que El Algarrobico haya concitado todas las miradas críticas por una agresión medioambiental que no ha sido la primera, ni la más escandalosa, ni la más agresiva en toda la geografía española. Unas circunstancias que en modo alguno eximen de responsabilidad a las partes que presuntamente incumplieron la legalidad o miraron para otro lado facilitando su incumplimiento. Pero llegados aquí es inevitable preguntarse por qué, si las agresiones medioambientales han sido y son una constante en toda la geografía española, solo El Algarrobico acapara más atención que todas las demás juntas. ¿No hay, en los miles de kilómetros del litoral español, otras agresiones a la ley de Costas tan graves o más que la agresión- que reitero: nadie niega-en la costa almeriense? ¿Por qué Almería, que ha llegado tarde a casi todo, ha sido (quizá; dejemos espacio a la duda) la primera en promover derribos de casas alegales construidas por ingleses o en derribar un hotel prácticamente terminado? ¿No hay miles de construcciones de similar ilegalidad en toda la costa española sobre las que nadie dice nada, aunque todos -instituciones, ecologistas y ciudadanos- son conscientes de sus irregularidades? 



En los interrogantes que encierran todas esas preguntas se encierra la razón, o, al menos, una de las razones- del porqué todo lo que concierne al Algarrobico ha acabado convertido en un bucle interminable, en una madeja de cuyo hilo todos tiran, pero en la que nadie quiere llegar su final. 



Como me definió con excelente precisión una de las personas que más saben del recorrido por el que ha transitado el hotel más conocido de la costa española, El Algarrobico es una patata caliente que nunca se enfría. Quizá porque nadie quiere y se atreve a enfriarla.        




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