La política ha degenerado en el “arte de humillar por encima de todo”. Archiven cualquier definición clásica sobre “política como ciencia que trata del gobierno y la organización de las sociedades humanas”. Los terroristas de Hamás humillaron a los engreídos servicios secretos israelíes y su supremacía tecnológica rompiendo con ingenio toda barrera de seguridad para cruzar la frontera y cometer una fechoría abominable. Mil cuatrocientos asesinados y doscientos secuestrados. El primer ministro israelí, Netanyahu, conductor de una matanza como respuesta, que ya se ha cobrado la vida de ocho mil personas, la mitad de ellos niños, humilla a Naciones Unidas y al mundo cuando le solicitan un alto el fuego. Y humilla al secretario de Estado, Blinken, que vuela otra vez de Washington a Jerusalén para implorarle “pausas humanitarias” en su ofensiva; como respuesta, vuelve a bombardear hospitales y ambulancias con nuevas carnicerías.
“Puigdemont tiene intención de humillar al Estado”, dice el presidente manchego Garcia Page. “Que un negociador tenga capacidad para dejarse humillar… pues va con su dignidad”, añade. Pero advierte: “aquí alguien va a terminar siendo “botifler” (traidor, en catalán). O uno u otro”. Es decir, o Pedro Sánchez, o Carles Puigdemont, el ex presidente catalán huido a Bruselas hace seis años.
La investidura presidencial en España para no repetir elecciones se complica mucho porque Puigdemont tiene siete diputados decisivos y quiere humillar a Pedro Sánchez, del que no se fía. Seis años de autoexilio han incubado la venganza. Comparen el rostro de un Puigdemont envejecido hace pocos meses y la sonrisa que exhibe ahora en sus paseos fotográficos por el Parlamento europeo.
Participan en esa humillación también dirigentes de Esquerra Republicana que, después de arrancar todas las condiciones que el Gobierno de España entendía inasumibles, prometen que después vendrá “el referéndum de autodeterminación”.
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