Si Vidal-Quadras no hubiese llegado consciente al hospital y dirigido sus sospechas hacia los iranís, quién sabe lo que estaría pasando.
Es momento de mantener la calma y, sin embargo, quien debe dar ejemplo no lo hace, sino que alientan a los descerebrados que añoran un régimen que no conocieron, que coarta la libertad, que les permitiría torturar a su antojo. Luego se disculpan, pero se reafirman, matizan sus palabras, acusan a los medios de tergiversación y a otros por empezar la pelea.
Nos guste más o menos, el acuerdo final, no redactado ni firmado, se ha hecho bajo las reglas del juego. Si Sánchez se salta las leyes, vende a España o atenta contra la Constitución, lo tendrán que decir los jueces en un juzgado, cuando lo haga, no en notas de prensa previas al posible delito.
Me dan miedo los políticos frustrados por la derrota que creían imposible, que han perdido su última oportunidad para gobernar, que creen en la democracia si tienen mayoría absoluta, que se erigen en defensores de la Patria, de esa España Grande y Libre que añoran. Sus castigos deben ir acorde a las consecuencias que tienen sus palabras, actos y la inacción de la que muchas veces adolecen.
Los mandaba al establo, aunque si pedimos mesura, quizá no es el momento para recomendar este corto, pero como es candidato a los Goya, puede que no me acusen de incitar a la violencia y al terrorismo.
Se titula El establo. Un campesino, ante la sequía y el hambre, tortura a dos políticos. De uno en uno, les pide una explicación sobre por qué permitieron llegar a esa situación y dónde acabaron los fondos europeos para paliar el problema. Niegan las acusaciones, pero terminan representando el mismo espectáculo vergonzoso al que nos tienen acostumbrados.
En fin, cruzaré los dedos para que todo se calme, y que en un futuro no tenga que suplicarle a mi vecino que me perdone la vida por pensar y decir lo que digo. Se cegó de tanto ponerse cara al sol.
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