Muchas de las palabras o expresiones que hoy consideramos un insulto o grosería, en otro tiempo no lo eran, es más, algunas cobran otro significado, según el contexto o la entonación. No en vano, escribió Cervantes en boca de Sancho: “...confieso que no es deshonra llamar hijo de puta a nadie, cuando cae debajo del entendimiento de alabarle.”
En muchas ocasiones utilizamos lenguaje soez para expresar enfado, desprecio, impotencia o denigrar a alguien. Así como cuidamos no decir determinadas expresiones delante de niños para que no aprendan estas formas, los políticos deben cuidar sus modales ante la sociedad. Se puede perder la razón de los argumentos de fondo - si alguna vez se tuvo - al utilizar formas indebidas.
La violencia nunca está justificada. Algo que no parece tener claro Ayuso, al propinar, desde la zona de invitados del Congreso, durante la investidura, un “Hijo de puta” a Sánchez. Podría haber sido una alabanza, pues Sánchez introdujo con maestría en el hemiciclo a la verdadera lideresa del PP para recordar el escandalazo de la venta de mascarillas del hermano de Ayuso; pero no, le delatan las formas impropias de personas respetuosas y demócratas.
Pueden vociferar a Sánchez los improperios que se les ocurra y jugar con fuego, alentando la ruptura democrática al estilo Trump, y le amenazará el poder económico porque les ha hecho ser más solidarios, pero ha conseguido otros cuatro años para llevar a los unilateralistas a la senda del constitucionalismo, y para conseguir más derechos y coberturas que mejoren la vida de la gente, a pesar de tener en contra toda la artillería neoliberal. Por eso hay que decir, al más estilo Sancho, ¡qué Perro Sánchez!, ¡hijoputa!
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