Aurora era de un pueblo de León -no recuerdo cuál- y dijo hace veinticinco años en este mismo periódico que era la primera vez que había hecho una excursión; que era la primera vez que había visto el mar; y que era la primera vez que se había enamorado de verdad, después de treinta años casada y 18 de viuda. Aurora tenía entonces 70 años y esa primera excursión era la del antiguo Inserso (hoy Imserso); ese mar era el de Mojácar; y el hombre del que se prendó -en ese viaje de jubilados- era Braulio, de su misma edad y de un pueblo de Asturias. Los viajes del Imserso, que han estado en peligro de extinción por diferencias de precios entre la Administración y los hoteleros, acaban de cumplir 45 años y han sido, sin que se le haya reconocido demasiado, una fuente de felicidad para los pensionistas españoles; para esos jubilados campesinos de la España rural que trabajaban de sol a sol y que nuca dispusieron de un fin de semana para irse de excursión más allá del viaje de novios; para todos esos viejecitos, que protagonizaron la postguerra, que se quitaban la boina y se ponían un jazmín en el ojal para ligar a alguna viuda en algún hotel de Roquetas o Mójácar. Eran gente humilde, con acentos procedentes de toda la Península, que aprendían a bailar con ternura Los parajitos o el Pavo real de El Puma, echando una cana al aire si se ponía a tiro, a pesar de las pastillas para la tensión o la dentadura postiza; gente que aprendían a jugar a la petanca esos días, agachando el lomo como habían hecho desde su juventud para recoger patatas o guisantes.
Los viajes del Imserso, hay que decirlo porque a a veces se olvida, han sido uno de los grandes éxitos de la estabilización económica de los años 80, en plena época felipista, un invento social sin trampa ni cartón, que ha capilarizado todas las capas sociales cosechando días de felicidad en la época tardía de la vida y permitiendo crear empleo en temporada baja, una ecuación perfecta. Sería un crimen que desaparecieran esos viajes proletarios, aunque ahora dispongamos de pensionistas más sofisticados que ya no gastan boina.
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