Puentes en lugar de muros

Al gobierno que acaba de presentar Sánchez, más que un estudio de intenciones políticas habría que hacerle la autopsia, porque aunque no quieran verlo o decirlo, es un gabinete que ha nacido muerto. Por eso, más que una pasarela de ministras con cartera y modelito, lo suyo sería hacerse una foto al estilo de esas inquietantes estampas victorianas en las que la familia posaba con un cadáver con los ojos abiertos. Y es que la vida de este ejecutivo se termina en el mismo momento en que se le crucen los cables al delincuente sobre el que han hecho pivotar, para vergüenza indeleble en sus biografías, la gobernabilidad de España. Así que no conviene ahora fijarse mucho en los perfiles de los diferentes ministros y ministras -por supuesto- como dijo una impaciente buscadora de foco en su toma de posesión, sino en las intenciones del aparcero que el señorito Puigdemont ha dejado al frente del cortijo mientras él sigue fuera. Y lo que dijo el encargado Sánchez es tan aterrador como esas viejas fotos. Nunca antes se ha visto a un candidato a presidente anunciando en su debate de investidura su intención de crear “un muro” (sic) para dividir a su país entre buenos y malos. Y hay que admitir que en estos momentos ser malo en España es muy fácil: basta con no asumir desde el silencio genuflexo o interesado las ya indisimuladas maniobras con las que el régimen sanchista erosiona la independencia de los jueces, ataca a la separación de poderes y fulmina la igualdad de todos los ciudadanos españoles ante la Ley con independencia de su lugar de nacimiento. Y es que oponerse y resistirse a un pacto de gobierno repleto de vergonzantes cesiones (poco se está hablando de esa humillante imposición de “observadores” extranjeros) y a la amnistía a los implicados en delitos es algo que va más allá de la esfera de los colores políticos: es un acto de dignidad para una ingeniería democrática que, más que levantar muros, necesita tender puentes.