Cizaña, trigo o grano de arena

Un amigo me confesó que dudaba de si va desnudo por la vida como el emperador del cuento, y si es trigo, cizaña o un molesto grano de arena. Intuyendo que no discutiríamos sobre el virus FIFA, pedí que aliñasen los cafés. 

Su zozobra partía de la sensación de que en una semana había molestado sin pretenderlo a tres personas. Habría más ofendidas por su actitud y palabras, pero lo habían disimulado mejor, sonreído, encasillado y dejado por imposible. 

Una alumna le interpeló diciendo que su mensaje era contradictorio. En un grupo de WhatsApp, que con discursos como el suyo las multinacionales que destruyen el planeta lo tienen fácil, y una escritora desistió responder a una pregunta sobre los premios y la autoedición.  A esos encontronazos le sumaba que había confundido a Aristóteles con Arquímedes y nadie lo había corregido. 

Reconociendo uno de esos instantes donde puedes perder la confianza de un amigo, le dije que el problema de nuestra sociedad no es la desnudez o los trajes que llevamos, sino las anteojeras con las que nos movemos y nos limitan la visión, y que la mayoría no sabe diferenciar la cizaña del trigo ni cuando ha crecido, como para saber si las semillas que otros plantan son una u otra. 

También le dije que lo consideraba un grano de arena, pero de los que hacen playa, de los que intentan ganar tiempo agarrándose a las paredes del reloj, y que, por desgracia, a veces entra en ojo ajeno. La culpa no es del grano, sino del que se pone contra el viento.

No sé si fueron mis palabras, su liberación al contarlo, o el carajillo, pero nos fuimos más contentos. Para eso están los amigos, para poder sincerarse y ofrecerle algunas mentiras piadosas que nos ayuden a sobrellevar la incertidumbre del viaje. 

Que quede claro, estos pensamientos no eran míos. A ver si van a pensar que me invento conversaciones y amigos para contar mis dudas existenciales y ahorrarme el psicólogo. Faltaría más.