Nos elogian Wolfgang y Mario, aunque Sarko...

Nos elogian Wolfgang y Mario, aunque Sarko...

Fernando Jáuregui
21:12 • 05 may. 2012
Si atendemos a los comentarios, a lo que se dice en las tertulias periodísticas y a lo que afirman algunos políticos, este 1 de mayo ha sido el ultimo en la Historia de los primeros de mayo. Al menos, como tal. Parece que solamente gusta esta efeméride a los sindicalistas, que mantienen una tradición obrerista que acaso no se compadezca bien con los tiempos que corren, en los que un auténtico huracán está revolucionando casi todo lo establecido.
Jamás se ha visto un país más pendiente de lo que por ahí fuera digan de él que esta España que habitamos. Hinchamos el pecho, orgullosos, cuando el ministro de Finanzas alemán, Wolfgang Schäuble, tratado, por cierto, a cuerpo de rey en Galicia, se dice allí ‘impresionado’ por las reformas que el Gobierno está poniendo en marcha. Y si, además, el presidente del Banco Central Europeo, Mario Draghi, dice que esas reformas españolas van por buen camino, aunque, eso sí, aún haya que pisar el acelerador, la satisfacción de los encargados de recortar es máxima, y ya piensan en cómo seguir el proceso: que si la euroviñeta, desde luego el IVA, quién sabe si cobrar cinco euros por día al enfermo que ocupa una cama de hospital... Y, claro, privatizar lo que quede aún pendiente, incluyendo las vías del ferrocarril. Bravo, España.
Cierto que el aplauso no es completo, hay cautela en los elogios de Olli, en los de José Manuel Durao, en los del ‘presi’ Hermann: más, más rápido, más recortes, perdón, ajustes... Pero ya se ve que, en opinión de los ilustres despistados europeos, vamos por buen camino y, además, el paro descendió en abril, cierto que apenas seis mil seiscientas personas, pero ya es ese rayo de esperanza, que no brote verde, del que nos hablaba el ministro de Economía, Luis de Guindos.
Tan necesitados andamos de esos rayos al parecer benéficos que hasta nos parece estupendo que, en el debate televisado entre Sarkozy y Hollande, se hubiese citado diecisiete veces la palabra España, aunque no todas ellas hayan sido para bien.
España está, diría yo, no de moda, sino de anti-moda: la veleta de la opinión pública y publicada en Europa nos ha convertido de colectivo con comportamiento ejemplar hace unos años a conjunto de personas infectadas a las que jamás se debe imitar. No, los comentarios de los periódicos foráneos no siempre son buenos, ni la reacción de los mercados, pese a la tímida subida -ocasional en medio de las bajadas_ del Ibex, es positiva; ni mucho menos.
La verdad es que, de hecho, España está fuertemente cuestionada. No solo por los recortes del Gobierno, anunciados a golpes de improvisación, ni tampoco exclusivamente por la impericia del Ejecutivo anterior, el de Rodríguez Zapatero, a la hora de gestionar, negándola primero, la crisis. Es la inseguridad jurídica provocada por la sensación de debilidad que emana de nuestros poderes públicos, con o sin mayoría absoluta, la que propicia las crisis exteriores y hasta los golpes de fortuna de alguna dama que quiere convertir un gran país en un Estado gamberro. Y es esa misma inseguridad la que está sumiendo a los españoles en una profunda depresión auto-conmiserativa.
Rebuscando paralelismos, no queda otro remedio que traer a colación aquella España triste de 1898 que acababa de perder su poder exterior y buscaba su entraña, en medio de un cierto desprecio de los ‘importantes’, a los que no mucho antes, y de aquella manera, había soñado con pertenecer. Si el estudio de la Historia enseña, sobre todo, a no repetirla, más valdría que algunos, en sus despachos, pensasen en la manera de zafarse de algo que no es un destino ineludible, sino una depresión anímica, confío en que pasajera. Hemos de convencernos de que, recortados o no, con tentaciones secesionistas por parte de algunos o no, con ataques piratas a nuestras empresas o no, España sigue siendo un gran país. Y, unidos, podremos arrancar algo más que elogios circunstanciales y corteses de Wolfgang, de Angela y puede que hasta de ‘Sarko’, si es que no desaparece en el olvido de los derrotados. Pero unidos.






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