Ya en el siglo IV a.C., el gran orador ateniense Demóstenes utilizaba el término hipócrita para ridiculizar a uno de sus rivales, Esquines, ya que, antes de dedicarse a la política, éste había sido un actor con éxito; de esa forma, quería destacar su habilidad para hacerse pasar por distintos personajes, lo que le convertía en una persona poco fiable.
Tomando hipócrita con origen en el griego “hypo” (máscara), y “crytes” (respuesta), podríamos referirnos a “responder con máscaras”, es decir, esconder la verdad y enseñar aquello que conviene.
Y así es gran parte de la sociedad actual que se mira en el espejo de muchos de nuestros gobernantes, hipócrita, como Moreno Bonilla en Andalucía, quien dice estar preocupado por las listas de espera de la sanidad pública que, en Almería, las conforman casi 92.000 personas, mientras trasvasa fondos públicos a la sanidad privada.
Como hipócritas son quienes, ante la inminente Navidad, se dan falsos golpes de pecho, al estilo Ayuso, proclamándose fiel seguidora del cristianismo y del mensaje de Jesús de Nazaret “Amaos los unos a los otros”, para decirnos que “... nos protegemos, cuidamos y no dejamos a nadie atrás” Pues, bajo esa máscara y suéter de lana rojo está la realidad de los hechos, la hipócrita que dejó morir a tantos abuelos en pandemia, la que siembra odio y xenofobia cuando asocia la inseguridad en el país con quienes se ven obligadas a migrar en condiciones deplorables, o la hipócrita que critica a Pedro Sánchez por decir que es insoportable la matanza de civiles que está llevando a cabo Israel en Gaza, cuando hasta el Papa Francisco ha pedido que cese la violencia.
¡Cuánta máscara, cuánto teatro, cuánto hipócrita!
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