Juan José Ceba
21:25 • 05 may. 2012
Hace poco hemos podido observar, con detalle, las pinturas -con rotundidad de esculturas- creadas por Miguel Ángel en la cima de su arrebato artístico, en El Juicio Final y en la Bóveda de la Capilla Sixtina. La gran explosión carnal establece una tensión entre la celebración de la vida y los temores a los castigos aireados por el pavor religioso. El gran pintor era creyente y amaba con pasión a Tommaso de Cavalieri (“al deseado y dulce señor mío/ siempre entre mis brazos, prontos e indignos”, escribe en un soneto). En el Juicio Final aparecen escenas homosexuales de besos encendidos y abrazos. Y en la Bóveda, Eva acaba de volver la cabeza situada junto al sexo de Adán. Toda esta gran orquestación pictórica supone una continua transgresión, en el corazón de la iglesia vaticana. Pese a la censura de la mirada sucia, que añadió la mediocre vestimenta, a nadie se le ocurrió tapar los desnudos con una tela vergonzante, tal como mantiene el Obispado de Almería –hace ya más de dos años- con un Resucitado, plasmado con la técnica de la pintura al fresco por Ibáñez, en la iglesia de La Loma –en el barrio donde nací. Según me dicen algunos paisanos, la sinrazón de esta mirada turbia es que alguien vio amaneramiento y sospechó que el Resucitado era GAY. ¿Cómo podrán saberlo? Tal aberración ha tomado carta de naturaleza en el Obispado y atenta contra el patrimonio. ¿Y si lo fuera? ¿Tendría que caer la homofobia sobre una obra de arte? Cuando está a punto de publicarse el libro de Juan Manuel Martín, director del Museo de Olula, sobre la pintura religiosa de Ibáñez, creo que ha llegado el momento de poner cada cosa en su sitio y acabar con los muros mentales. Es un gesto sin sentido y falto de rigor, tratar de secuestrar al arte con la cortina de los prejuicios; una provocación que da una imagen torcida de mi pueblo, al que siempre he visto tolerante y con sensibilidad ante la creación. No sigamos siendo cómplices de la intransigencia. Recuerdo cómo el pintor hizo donación a Unicef con una veintena de obras para crear una escuela en el Salvador; años después (ya oculto el Cristo) la misma persona –vinculada al Obispado- que gestionó la donación, le pidió al artista una obra para Cáritas, un grabado que entregó con generosidad. Nadie parece haber intentado acabar con esta grotesca ocultación del Resucitado. Cuando dentro de unas semanas un grupo de más de treinta pintores, con Antonio López, maestro de la figuración, quieran conocer la obra de Ibáñez en la zona, se encontrarán –estupefactos- que en Albox hay un Cristo que sufre largos años de condena, no sabemos muy bien por qué extraño delito, por obra y gracia de un Obispado de muy estrechas y cerradas miras.
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