La ministra para la Transición Ecológica, Teresa Ribera, ha puesto sobre la mesa, en el corazón del nido de víboras de la COP28, la única solución para evitar el colapso ecológico: el decrecimiento.
En el mismo foro, el Presidente de la Junta, Juanma Moreno, lamenta que el cambio climático y la sequía, “limitan nuestro crecimiento, desarrollo y progreso económico y social”. Puedo criticar su discurso, su presencia allí, sus medidas “pioneras”, pero lo más destacable, es que aboga, como la mayoría, por el modelo económico que ha provocado la crisis climática: el capitalismo. Dicho de otro modo, el crecimiento constante del beneficio sin pensar en las consecuencias ambientales y las desigualdades sociales.
Mientras la economía se base en el crecimiento del PIB, que refleja la producción de bienes y servicios, y está ligado al consumo de recursos naturales y energéticos, las materiales primas, nada será suficiente.
El PIB es un monstruo que devora ecosistemas y derechos sociales. Solo quiere crecer su 3% establecido para que el capital te bendiga. Todos somos herramientas y daños colaterales.
Decrecer no significa volver a las cavernas. Significa priorizar la naturaleza y las personas por encima del beneficio económico; eliminar lo superfluo que no sirve para nada; darle el verdadero valor a las cosas que necesitamos para vivir, y no vivir para poseer objetos, que nos roban el alma y el tiempo para conseguirlos.
Hace dos semanas los dos firmaron un acuerdo para salvar Doñana. Un gran ejemplo de decrecimiento. Ahora sabemos quién fue la mente pensante.
Si quieres probar si decrecer es efectivo, no compres cosas innecesarias esta Navidad. Piensa lo que sacrificas para disfrazarte de felicidad artificial, para fingir que eres de la elite, para regalar móviles infectados de obsolescencia programada. No hay mayor revolución que dejar de comprar y es la mejor manera de sobrevivir a la desesperanza.
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