Me aconseja mi amigo Eduardo que no me enfangue más en la pestilente charca política y le haré caso, escribiré de sexo. Se confirma de nuevo que los jóvenes españoles son los europeos que se emancipan más tarde. El niño sigue en casa y a la sopa boba a los 35. Tertulianos de pacotilla especulan a ojo y repiten lo de siempre: salarios, hipotecas, precio de la vivienda...¡como si ‘El Pisito’ de Ferreri no reflejara la dureza de los años 50! Estos charlatanes olvidan lo básico: la ilusión del coito. Esa era la motivación secreta de nuestros padres, aunque lo llamaran “formar una familia”. Con esa ilusión callada de la coyunda asegurada se les ponía cara de Landa y López Vázquez, y se lanzaban al pluriempleo y a comerse el mundo. Hoy no ocurre así por dos causas. Primera, el sexo está al alcance de cualquier joven con solo deslizar su dedo por su móvil. Este es más seguro, fácil y tan íntimo como la contraseña del tiktok. Y además, muchos padres hacen de mamporreros domésticos. La segunda razón es que el sexo hoy es más pecado que cuando los curas pintaban algo. Cualquier hombre que tenga a la vista un buen culo y un llamativo escote sufre más que Kierkegaard en el cadalso. Hoy el sexo es pecado laico y tecnocrático tras haber sido asociado durante años solo con abusos y delincuencia, desde el acoso a violaciones y asesinatos. Por ello, el sexo ha sido escondido bajo una paranoica alfombra social tejida en los despachos. El erotismo no cuenta ya y su antiguo lenguaje de deseo corporal se ha mutado en tatuajes, clasificaciones, e identidades infinitas salidas de las redes sociales. Así, es normal que el cosificador ‘wonderbra’ haya tenido un tristísimo vigésimo aniversario. Tan triste, que volveré a la política, Edu.
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