Del gobierno de Juanma Moreno en la Junta se podrán decir cosas buenas y malas, como de todo y de todos. Pero lo que no se puede negar es que su nombramiento como presidente andaluz supuso un giro político que puso fin a casi cuatro décadas de gestión socialista convertida en una frondosa genealogía de delitos y faltas. No crean que exagero. Repasen el rosario de sentencias y condenas judiciales que afrontan muchos dirigentes de aquella cofradía de saqueadores y guarden un compasivo silencio ante el modo en que otros han logrado escurrir el bulto penitenciario. Se cumplen ahora cinco años de aquello que muchos de los que trincaban por alegrías pensaron que jamás podría suceder y no parece que todo haya sido para peor, como anunciaban los socialistas mientras fletaban autobuses para rodear de destetados el Parlamento Andaluz que proclamaba presidente a Moreno, en una vergonzante demostración de subdesarrollo democrático. Un lustro (cinco años, y no los veinticinco que cree el borrico del ministro de Cultura que nos ha colocado Sánchez) ha pasado y no se deben estar haciendo demasiado mal las cosas cuando el último barómetro del Centro de Estudios Andaluces elaborado en diciembre del año pasado dice que si hoy se celebraran elecciones autonómicas, el PP ampliaría su ventaja sobre el PSOE y obtendría entre 60 y 62 diputados, por encima incluso de los históricos 58 conseguidos en junio de 2022 en una cámara en la que la mayoría está en los 55 escaños. Ando cortito de fe en las encuestas, pero el dato que me hace pensar que esta vez dicen la verdad es que a las pocas horas de aparecer ese informe, el PSOE almeriense salió a criticar a la Junta… ¡por la existencia de listas de espera y aulas prefabricadas en los colegios! Con un par. Si el PSOE escenifica ahora como catastróficos hechos que consideraban normales durante los largos años de su mandato, en el PP pueden estar tranquilos: ni tienen alternativa, ni tienen líder, ni tienen nada.
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