El día cuatro de abril de 1996, Jueves Santo, fue para todos los almerienses, entre los que me incluyo, un mal día. Habían ardido los titulares de mi Hermandad Sacramental del Prendimiento, que se encontraban depositadas en la Sagrada Iglesia Catedral después de la procesión del Miércoles Santo.
Aparentemente, cuando nos recogimos y se cerraron las puertas del templo, todo quedó en orden y sin síntomas de riesgo alguno. Pero la realidad fue otra muy distinta.
Al ser avisado de lo acaecido, me fui hacia la Catedral e, in situ, pude comprobar la magnitud de la desgracia: tronos e imágenes chamuscados unos, y quemados en su totalidad otros. Todo estaba destruido.
Como consecuencia del incendio, además de lo ya expuesto, la estructura de las paredes y el suelo del templo fueron muy perjudicados. Ya de por si el suelo se encontraba en un estado lamentable: las piezas de solería rotas, levantadas en determinadas áreas, con desgaste en su firme por el paso del tiempo…algo que dificultaba andar con seguridad, sobre todo a los mayores.
Si para la Hermandad fue un duro golpe, para el templo no lo fue menos.
Pensé que había que tomar decisiones rápidas para ver la forma en que, con más celeridad, se pudiese volver todo a su estado anterior al desastre y, a ser posible, mejorarlo.
Solicité audiencia al Vicario General que, por aquel entonces, era D. Francisco Alarcón, para ofrecerme en todo lo que pudiera. Hice un donativo en efectivo y la promesa de gestionar, con los marmolistas de la provincia, la forma de que hicieran aportación del material necesario para ya, metidos en obra, cambiar todo el suelo del templo. D. Francisco se puso al habla con el arquitecto D. Ramón de Torres, solicitándole un estudio sobre el mármol que se necesitaría para tal fin: metros cuadrados, color del mismo., medidas de las losas y grosor de las mismas.
Con este estudio convoqué una reunión con los marmolistas de Macael en la Cámara de Comercio Industria y Navegación de Almería de la que, por aquel entonces, era yo el Presidente. Les expuse la cruda realidad, rogándole el esfuerzo necesario para aportar, gratuitamente, los materiales que fueran precisos.
He de dejar claro que no costó ningún esfuerzo conseguirlo, pues la repuesta fue unánime y afirmativa y, en un tiempo record, tuvieron el material preparado.
Se limpiaron paredes, se levantó el piso sustituyéndolo por el nuevo, quedando la Catedral en un estado muy decente. Muchas veces lo malo para algo es bueno. Si las imágenes de la Hermandad no hubiesen ardido, no se hubiesen iniciado unas obras que sirvieron para adecentar la Catedral.
Seguro que muchos almerienses, el Obispado y otras entidades, aportaron ayuda económica para conseguirlo. Hecho que ignoro, pues no lo viví. Me limito en trasmitir con este escrito, a petición del deán de la Catedral D. Juan José Martín Campos, los recuerdos que me quedan de aquella desgracia y que, con lo expuesto, se terminan.
Los años pasan y la Sagrada Iglesia Catedral ha sido mejorada y en nada se parece a la que veníamos conociendo.
Quisiera recordar a todos los cristianos que lean este artículo que mantener la Catedral, y las iglesias en general, es algo muy costoso. Por lo que debemos, en la medida de nuestras posibilidades, aportar la ayuda necesaria para que se pueda mantener la labor humanitaria que viene haciendo la Iglesia, a través de Cáritas y otras asociaciones religiosas.
No quiero acabar este escrito sin felicitar a D. Juan José, por la modernización que está llevando a cabo en la Sagrada Iglesia Catedral.
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