Se conocía el aborrecimiento del Sistema hacia el ahorro de los particulares, esa esforzada práctica que libera, en parte, al esclavo, pero hasta ahora no se ha sabido a qué extremos había llegado esa aversión: Bankia, heredera y trasunto de la Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Madrid, emporio institucional de administración y custodia de los ahorros de la gente, se dedicó en los últimos años, básicamente, a fundírselos, a evaporarlos en combinaciones especulativas que tenían, sí o sí, que acabar mal. No es casual, como se ve, que la misma clase política que hoy acude en su rescate, retrayéndolo de las necesidades básicas de educación y salud, sea la que la despeñó por las abisales quebradas del despilfarro. Según la reciente reforma de urgencia del sistema bancario y financiero, los clientes de Bankia y del resto de entidades financieras no tienen nada que temer. Dicho así, "clientes" son ciudadanos de pelas que se entretenían especulando en Bolsa o invirtiendo sus caudales en productos de alegre rentabilidad, cuando lo cierto es que se trata de gente a la que el Sistema obligó a poner un banco en sus vidas.
Desde el cobro de la mísera pensión al de la nómina, o desde el pago del recibo de la luz al de la tasa de la basura, absolutamente todo está obligado a hacerse a través de esos inquietantes establecimientos a los que, al parecer, no venía controlando nadie.
De las fatigas del jubilado y del esfuerzo del trabajador, de sus menguados ahorros, sacaban los directivos de las cajas, sus brutales emolumentos y sus retiros millonarios. La Cleptocracia, descontrolada, se volvió loca, y ahora, en el frenotápico, no da razón del paradero del botín.
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