Desde aquel caluroso viernes 2 de agosto de 2019 en el que se hizo oficial la compra del Almería por capital saudí hay una pregunta que aquella mañana se instaló en la duda de los aficionados almerienses y aún no ha encontrado respuesta: porqué compró Turki el Almería
Hay quienes han situado la decisión en el ámbito siempre confuso de las satisfacciones de una persona joven y excelentemente relacionado con el poder y el dinero de la monarquía que dirige los destinos de su país; otros han situado su desembarco en la posición de cabeza de puente para llegar a la orilla del futbol europeo; o en la construcción de una base desde la que establecer e impulsar iniciativas empresariales en áreas expansivas como lo inmobiliario, la hostelería o el ocio. Sea cualquier sea la razón o las razones que le situaron en la ruta de comprar al Almería nada hay que objetar a ellas.
Un empresario que aspira a ganar dinero, ya sea con el acompañamiento de otros negocios o en el mercado persa de la venta de jugadores; un emprendedor motivado por invertir en territorios desconocidos; un amante del fútbol y los atractivos personales de sus entornos sociales o mediáticos, o un aficionado al vértigo del deporte con mayor atractivo y en el mejor momento de su historia, está en todo su derecho de gastar -o invertir- su dinero en aquello que más le atraiga o le interese.
Hasta ahora la hoja de ruta llevada a cabo por Turki y sus representantes en el club ha frecuentado más los éxitos que los fracasos. Iniciar su travesía con dos fases de ascenso, aunque acabaran sepultadas por la derrota, no es un fracaso. El fútbol es una guerra interminable en la que la euforia por la victoria de hoy siempre va acompañada por el temor a la sombre inevitable de la posible derrota de mañana. Su irresistible atractivo se esconde en esa irrazonable alegría que duele, en ese dolor intenso y efímero que acaba convertido en alegría inmensa cuando el azar de un centímetro convierte en gol el remate desesperado del último segundo. Y si alguien no lo cree, que se lo pregunte a cualquier aficionado del Almería cuando el equipo ascendió a Primera gracias a un gol de Zarfino en el minuto 92 en Alcorcón, o cuando mantuvimos la categoría la temporada pasada gracias un penalti sobre Ramazani en Cornellá- El Prat, también en el desesperado umbral del tiempo de descuento. ¡Cuánta alegría después de tanto dolor!
Turki está siendo un hombre afortunado en Almería. Como dirían en su cultura, tiene Baraka. Tanta que, a esos dos regates afortunados del último segundo en Alcorcón y Barcelona, hay que unir las fantásticas operaciones comerciales alcanzadas con la venta de Darwin Núñez (25 millones), Sadiq (26 millones), y Touré (30 millones). En la compraventa de jugadores al Almería le ha tocado tres veces el “gordo de la lotería”
Por la montaña rusa por la que los equipos pequeños están obligados a transitar, los éxitos del Almería han sido hasta ahora mayores que los fracasos. El ya (casi) inevitable descenso empaña esta travesía, pero no hace vislumbrar el abismo tras la pérdida de la categoría, situación a la que sí llegaron aficiones cercanas.
Pues bien, esta realidad es a la que debe agarrarse el aficionado en estos tiempos de confusión y derrota. A los hooligans del catastrofismo permanente que defienden un
cambio radical en la propiedad del club habría que recordarles la máxima de San Ignacio cuando recomendaba que, en tiempos de tribulación, no era aconsejable hacer mudanza.
Turki va a seguir y así lo ha asegurado Mohamed El Assy, su hombre en Almería. Las razones de su llegada a nuestra provincia forman parte de una intimidad a la que solo él tiene acceso. Si llegó por capricho personal de quien, como dicen en Almería, tiene el dinero por castigo, en busca de protagonismo social en el futbol europeo o para hacer negocios, siempre que se hagan desde las reglas de juego establecidas, nada hay que objetar. Para la mentalidad occidental el dinero no tiene fronteras. (Otra cosa son los seres humanos, pero eso es otro tema contradictoriamente cruel del que ya he escrito en algunas ocasiones y sobre hay que volver una y otra vez por su indecencia ética).
Pero si nada obliga a Turki a desvelar las razones de su llegada al futbol almeriense, sí está obligado, por el respeto debido a la gran afición que sigue respetándolo a él tanto en los éxitos pasados como en el fracaso de ahora, a mantener una línea de comunicación más intensa con los socios y seguidores. Si así lo hace los almerienses se lo reconocerán; si mantiene su actitud de lejanía demostrará que sigue sin comprender que, aunque él es el presidente, los almerienses son ciudadanos seguidores del equipo de su vida. Pero nunca súbditos.
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