Lo que era, ya no es. Y lo que parecía extraterrestre, se va imponiendo. Antes, resultaba imposible ganar una elección sin el apoyo de un partido consolidado. “Fuera de la fe, no hay salvación”, parafraseó la Biblia Roberto Dorado cuando se intentó una escisión en el PSOE de Felipe González. Hoy se demuestra que no tiene por qué ser así. Al contrario; a veces el partido lastra. Nadie sabe cómo se llama la formación de Nayib Bukele y acaba de ganar las elecciones en El Salvador por un 85 por ciento. Todos los analistas y gurús que pronosticaban imposible la victoria de Trump, se equivocaron. El Partido Republicano no lo aceptaba por excéntrico, pero lo acogió finalmente para no quedarse fuera del poder. Ahora vuelve, aunque imputado por delitos fiscales, sexuales y por traición a la nación, al promover un golpe de estado. Pero los tribunales, que él mismo nombró, retrasarán los juicios hasta que haya sido reelegido. ¿Más ejemplos recientes? La Argentina de Javier Milei, el que se hartó de insultar al Papa y ahora peregrina arrepentido. Por no hablar de lo ya consolidado: Nicolás Maduro, el conductor de autobús y sindicalista elegido por el coronel Hugo Chávez en Venezuela. O los ex guerrilleros sandinistas, Daniel Ortega y su esposa Rosario Murillo, implacables dictadores corruptos en Nicaragua. Pero no pierdan de vista Costa Rica ya que en las últimas tres elecciones presidenciales ganó y gobernó alguien desconocido en la política nacional.
Pero no hace falta irse tan lejos de Europa para encontrar ejemplos de personajes cuya actuación, saltándose cualquier lógica tradicional, condicionan mayorías de gobierno que años atrás parecían imbatibles. Véase en España, en las elecciones gallegas, el papel del alcalde de Ourense, Gonzalo Pérez Jácome, campeón de vídeos viralizados y promotor de la exacerbación de un “nacionalismo provincial”.
Jácome dice inspirarse en Teruel Existe, pero su referente personal es el expresidente de Cataluña, Carles Puigdemont.
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