Creo que he visto su cabeza rotunda y de barba canosa trocada en la imagen impactante de un profeta, de un Moisés o un San Pedro renacentista, en un lienzo perdido en la nave de un templo, o en una galería de bustos esculpidos. Es una persona cercana a la ciudadanía, a la misma altura de los sufrientes que no callan, de los que luchan en la crecida del río anónimo, en la corriente imparable de quienes vienen dejándose el alma, por el avance de los clamores en la calle. Suyos son los anhelos para que la gente suba de sus pozos de desesperación y construyan una vida más noble. Él siempre se diluye, como si no estuviera. Pero está, y de qué forma, con qué fuerza en todo aquello que se compromete.
¿Dónde no está, dónde no alienta su trabajo y su empeño constante? Por todas partes irrumpen sus ramificaciones: en la exigencia de la defensa de la educación pública (el maestro que ha ido construyendo durante décadas, y nunca dejará que derriben los sueños de la escuela); en la difusión creativa del legado de la cultura y de la historia; en la resistencia combativa a favor del patrimonio; en la entrega radical para la protección y conocimiento de la naturaleza. (Mas siempre sin dejarse notar, queriendo pasar desapercibido, borrado el ego y huyendo de la foto).
Se imbrica de tal modo en la acción colectiva, le apasiona tanto ayuntarse a la suma de esfuerzos, que su imaginación se reactiva con una energía asombrosa (esa que deja luego fascinadas a centenares de criaturas; mientras su autoría queda oculta, con una generosidad que le ennoblece).
Para engrandecer las ciudades y los pueblos son necesarias gentes soñadoras de semejante calidad, de un linaje de seres entregados que nada quieren para si, y todo lo desean para los demás y la viveza de cuanto les rodea –dignas tradiciones, patrimonios puestos a salvo y en consideración, arquitecturas recuperadas, emociones del paisaje compartidas en itinerarios para la seducción.
Aquí resisten contra las excavadoras que acechan a La Molineta. En esta secuencia pasan centenares de acciones para salvar los legados que amenazan ruina –castillos, playas, cortijos, monumentos del campo. Nada le calla y nada le detiene. Su libertad nunca se vende ni desgasta. Su saber anda bien repartido, con su pródiga mano de enseñante. Andariego, ciclista, unido en sus empeños a grupos, resistentes contra los golpes de la indignidad.
Los árboles y él dialogan, sin acabar de revelarse los secretos. Le abrazan y le conocen por su nombre. Es dueño de encinas milenarias y gigantes, que le hacen temblar, por las alturas de Serón. No deja de soñar una Almería floreciente. Por aquí pasa y deja su honda huella, nuestro amigo Manolo Pérez Sola.
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