Romanticismo

Romanticismo

Juan Manuel Gil
23:25 • 15 may. 2012

Puede ser que concentre en alguno de mis órganos vitales residuos de romanticismo. Sólo es una hipótesis. Noto algo invasivo en mi interior. Me atrevo a imaginar que su naturaleza se asemeja a la del plástico fundido o a la del incansable musgo o a la de la dentadura de un perro. Está ahí como un peso, una alucinación, un cepo o una huella prehistórica. Y creo que me tiene donde quería tenerme: consciente de su presencia y temeroso de su poder. Este romanticismo deslocalizado, que así lo quiero llamar, es el que me lleva a defender que mi corazón es un hormiguero en construcción, por ejemplo. Es el que me revela que la sinrazón del sueño obedece a verdades olvidadas, que tus ojeras son hojas verdes y no raíces, que se puede ir más allá del peligro, que soy capaz de albergar tanta rabia como descanso y que a veces tengo que hablar en una idioma formado por semillas para acabar diciendo estas cosas tan extrañas. Este romanticismo me lleva a exonerarte de toda culpa, a prometerte interminables extensiones de tierra en África o en Oriente, a olvidarte como tú quieres ser recordada y a buscarte en la etimología de casi todas las palabras. Así podría estar hasta el cierre de este texto, pero, para ser sincero, no siempre actúa el romanticismo deslocalizado. Cosa que agradezco, por cierto. Me he dado cuenta de que soy inmune a él cuando estoy en el pasillo charcutero del Mercadona, cuando no tiendo la ropa velozmente y me coge humedad, durante las dos horas posteriores a la vacuna de la alergia, poco después de un consejo de ministros y en mitad de una canción de Macaco. En todas esas situaciones el romanticismo se inhibe y soy capaz de comportarme como se espera que lo haga alguien como yo. Como un hombre que no delira y no acaba hablando de hormigueros en el corazón, que desconfía de la ilógica de los sueños, entiende las ojeras como lo que son y no promete latifundios que nunca tuvo en su patrimonio. Un hombre que simplifica. Un hombre de sujeto, verbo y complementos. No más allá. Un hombre que se viste por los pies y no se complica la vida buscando el viaje poético de los neutrinos o confundiendo estúpidamente la imaginación con la memoria. No quiero ser un romántico. 







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