Silencio

El incienso me atrajo hacia el interior de la iglesia de Santiago, y hablando con los cofrades me enteré de que por la noche había un vía crucis con la Virgen de la Soledad. Era viernes de Dolores y yo quería vivirlo como tal. 

Subimos al Cerro de San Cristóbal realizando las correspondientes paradas referidas, en este caso, a los siete dolores, también llamadas según un determinado número de estaciones, que relatan el episodio bíblico de la crucifixión de Cristo. En cada parada se rezaba un Padrenuestro, un Ave María y el Gloria.

Juro y prometo que desde hace décadas mis labios no se despegan para la oración en público, sin embargo, mentalmente, cuando las oigo las voy repitiendo. Me deleitó escuchar el contenido de Dios te salve María, llena eres de gracia, bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre Jesús. Me imaginé que no solo estaba dedicado a la Virgen, sino a todas las mujeres del mundo, a pesar de que simplemente se adora a una imagen.

De toda esta Pasión, me llama especialmente la atención el prendimiento de Jesús. El interrogatorio de Pilatos, ¿Eres tú el rey de los judíos? A lo que él contesta con total serenidad, Tú lo has dicho. La fuerza de la sinceridad pasa por encima de toda autoridad. Es el convencimiento absoluto de la verdad, pero el poder siempre se lava las manos. La verdad, mi verdad, a la que no quiero enfrentarme porque soy débil y pecadora. Sin embargo, el pecado es inevitable, es la vida misma. 

El domingo de Ramos estuve en la catedral y asistí a parte de la misa sentada en un banco lateral. El olor a incienso seguía envolviéndome. Después vi la procesión en la plaza entre un gentío que me agobió. Prefiero la devoción, no tanto ruido, solo la música se salva y me salva. 

¡Dios mío! por qué me has abandonado.