Lo peor de la crisis es su presencia invasora, su ubicuidad maligna. Va uno a cualquier sitio ya sea a editar un libro, hacer un viaje, poner una heladería y lo primero que le advierten es que estamos en crisis y que nadie sabe cuándo acabará.
He aquí una metáfora que ha tenido éxito. Es la del túnel donde no vemos la luz de salida. La gente sencilla, el pueblo acostumbrado a sufrir, anda ensayando fórmulas simples para olvidarse del problema. En Pedrajas, provincia de Valladolid, los lugareños se reúnen un día a la semana para un curso de humor. El principal objetivo es convocar la risa sana engañándose a sí mismos sobre una felicidad falsa. No puedo calibrar el resultado de esta terapia pero viendo la cara de nuestros ministros económicos prefiero apuntarme a la teoría de las humanidades para el entendimiento del mundo desde la ética en vez de basarlo todo en los tantos por ciento.
La crisis en su sentido griego de renovación nos puede servir para encarar la vida sin que el miedo no nos paralice y nos meta en un nicho funerario. Nada resulta tan asustadizo y receloso como el gran dinero.
Precisamente porque la gente pobre vive al margen es por lo que todavía puede reír. Lo contrario de lo le ocurre al plutócrata que se pasa todo el día mirando los inquietantes números de la prima de riesgo y de la bolsa por si viniera "el corralito". A este no le consuela el mensaje de tranquilidad que todos los días expande el Gobierno.
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