Alberti, que iba por las sendas no exploradas de la pintura, dio en poeta personalísimo de aquel grupo de amistad de la Segunda República –una edad dorada de la literatura y del arte, desde Maruja Mallo a María Zambrano (la pensadora que hundía sus raíces en Bentarique). Ya eran altos poetas sus compañeros de generación, cuando Rafael se descubre como río caudaloso y riquísimo del canto. Su premio nacional, con Marinero en Tierra, tuvo el reconocimiento de dos cimas de la época: Machado y Juan Ramón. Así, cuando el joven gaditano llega al puerto de Almería, en 1926, y es acogido en casa de su hermana Josefina –a dos pasos del actual Instituto Celia Viñas- trae una fuerza creadora desbordante; sabiendo que ha encontrado su voz y su espacio. Siente crecer su poesía entre las azoteas que descubren la mar y termina –entre los ficus del parque- su libro “El alba del alhelí”. Ahora (por un roto de la ignorancia) su nombre que ennoblecía el Teatro de Huércal Overa, ha sido eliminado como uno de esos gestos que la mediocridad multiplica como las esporas, con otro muera la inteligencia aún vigente. Me duele, por el triste precedente con que se empequeñece la Cultura; me desazona, porque allí, en tan espléndido escenario, he tenido ocasión de presentar a grupos de teatro y de recordar al exuberante poeta y dramaturgo; porque hay un círculo admirable de escritores, investigadores, pintores y gentes apasionadas por la creación, que llevan años laborando y haciendo más universal y tolerante al pueblo. Se bien el sufrimiento que ha de causarles una torpeza tan mezquina. ¿A estas alturas vamos a borrar a los grandes valores del compromiso humano y de la elevada categoría poética? Es frecuente que la política mire por una abertura estrechísima, obstaculizada por el desconocimiento abultado de lo que fue una vida de entrega por la dignidad del arte y las criaturas. La voz de Alberti pudo llegar a tiempo de salvar de la muerte a uno de sus cuñados (de opción política muy dispar a la suya) esposo de su hermana Milagros, que vivió durante tantos años en Almería. Aquí murió la madre del poeta, María Merello (hecho que estremecía a su hijo). En Almería pasó temporadas (a su vuelta del exilio y ya casi borrada su memoria) la escritora María Teresa León, esposa del cantor. Subía a la Alcazaba pensando que, entre sus jardines, se encontraba en el Parque del Retiro. De Almería hablamos con el escritor, entre los surtidores de la Alhambra, en noche inolvidable de poemas. En sus memorias, y en sus versos, la presencia de nuestra tierra tiene un fuerte tirón emocional. Vuelva la alegría de Rafael Alberti a este teatro, que se dignifica con el nombre de un ser tan luminoso.
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