El periodismo y la educación pública no han hecho nunca buenas migas. Son dos mundos muy distintos que se han dado la espalda. Los periodistas nunca han entendido la enseñanza y la han intentado devorar. Quizás porque la verdadera educación es lenta, crece y fructifica con paciencia para perdurar. Y el periodismo, por el contrario, es un ave fénix ansioso que mata lo que ama, lo crea efímero para olvidarlo. Los periodistas encontraron aliados en los políticos, sus asesores y sindicatos, infiltrados que les ayudaron a convertir la enseñanza en otro producto fungible. De pronto, se comenzó a informar de inauguraciones de aulas, reparto de tablets, de planes postizos, celebraciones infinitas hasta el empacho. Se comenzó a informar de la enseñanza como si esta fuera una planta de fabricación de lavadoras, con sus ratios, estadísticas y plantillas. Nada que ver con la enseñanza.
Dicho esto, el otro día se vieron periodistas apostados cámara en mano en la puerta del Celia Viñas como si fuera la casa de la Preysler. Querían tratar a su estúpida manera la fatídica agresión de un alumno a otro en este gran instituto de Almería. Una manera irreal e indecente de abordar una triste noticia; por ser menores y porque nadie puede evitar un accidente así. No hay más explicación ni más espectáculo. Si se pudiera haber evitado, se habría hecho. Los jóvenes tendrían que venir ya educados de casa. Pero alguien ha decidido por su cuenta que los profesores tengan además la patria potestad de sus alumnos. Así sería el ‘reality’ televisivo perfecto. Pero este show es más divertido: unos ‘paparazzi’ ignorantes de que un profesor del Celia, Raúl Quinto, es el nuevo Premio Nacional de la Crítica por su novela ‘Martinete del rey sombra’.
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