Resiliencia. 1939-1950

Jesús de Perceval

La Voz
Jesús Ruiz de Perceval
18:17 • 16 may. 2024

Pocos almerienses conocen que el hermoso conjunto que forman el Círculo Mercantil y el Teatro Cervantes diseñado a finales del siglo XIX por López Rull y que hoy señorea majestuoso en el Paseo de Almería, estuvo a punto de desaparecer hace unas décadas víctima de la especulación inmobiliaria, esa plaga horribilis que asoló nuestro casco histórico para el enriquecimiento de unos y el empobrecimiento de todos.



A fines de 1973, la junta directiva del Círculo Mercantil e Industrial, presidida entonces por Antonio González Vizcaíno, acordó e inició sigilosamente las gestiones tendentes al derribo del inmueble para adjudicar el solar y posterior edificación de un bloque de pisos y locales a la empresa constructora Ofitesa.



Denunciado en la prensa Corrido el rumor, tal atentado fue denunciado en la prensa local por Emilio Pérez Manzuco y por la Tertulia Indaliana, desde cuyo seno Jesús de Perceval manifestaba que el Teatro Cervantes era a Almería lo que La Scala a Milán, el Liceo a Barcelona o el Teatro Real a Madrid. “¿Es que no existen -decía el artista- en la periferia de la ciudad espacios suficientes para levantar todos los rascacielos que se deseen y se hace necesario destruir el corazón de nuestra ciudad?”.



De los miembros que componían la junta directiva del Círculo, sociedad propietaria del Teatro, sólo una voz discordante se oyó, como un grito en el desierto, en contra del pretendido negocio: la del letrado Juan José Pérez Gómez. Amén de la singularidad estética e histórica del edificio, fundamentaba sus argumentos este abogado en -cómo no- motivos legales y reglamentarios, por cuanto todas las decisiones adoptadas tendentes a la demolición y adjudicación de la nueva obra conculcaban no sólo la legalidad sino la letra de sus propios estatutos. Pero, pese a lo acertado y elocuente de sus razonamientos, éstos poco podían hacer frente a la avidez de aquella conjura.



En efecto: pendiente la aprobación definitiva por parte de la junta general, González Vizcaíno y su directiva, para anular cualquier oposición, aprobaron previamente una entrada masiva de nuevos socios seleccionados exprofeso para asegurarse el voto mayoritario favorable a la demolición. Esos nuevos socios eran –oh, sorpresa- los dueños y empleados de la constructora adjudicataria Ofitesa, así como conocidos abogados y profesionales liberales de Almería dependientes o vinculados a aquella y otros necesarios para que fructificase ese pingüe negocio.



Así, compradas todas las voluntades y constatada la complicidad silenciosa de las autoridades locales, parecía ya inminente el derribo del conjunto monumental. La junta general que debía ratificar tal atentado quedó fijada para la tarde del domingo 17 de febrero de 1974, coincidiendo con la retransmisión televisiva de un partido Barcelona-Real Madrid que resultó ser mítico. Ya parecían escucharse los motores de las excavadoras que debían derribar nuestra Historia...



La salvación



Fue entonces cuando Jesús de Perceval –el mayor valedor del patrimonio y cultura almeriense que ha conocido esta tierra- comprendió que la salvación del Teatro tenía que venir de fuera de Almería. Así, contactó con su amigo el historiador Ricardo de la Cierva, quien sería ministro de Cultura y que en ese momento ocupaba la Dirección General de Cultura. Perceval le informó puntualmente sobre aquella barbaridad, del peligro inminente de perder este conjunto arquitectónico, bien de los almerienses, y le requirió para que desde Madrid se abortase ese irreparable daño. En aquella primera conversación telefónica intervino también mi padre por empeño de mi abuelo Jesús, pues había sido alumno de De la Cierva, el cual no pudo sino confirmar la denuncia. Después de ésta y otras conversaciones, Perceval consiguió involucrar en el problema al director general para que el Ministerio tomara cartas en el asunto.


Y llegó el día de la votación. El salón renacimiento del Círculo Mercantil acogía a sus socios para tan crucial sesión. Con retraso, la directiva ocupó la presidencia. González Vizcaíno tomó la palabra para decir que no tenía necesidad de convocar aquella reunión pues estaba autorizado por la junta para adjudicar el inmueble a la empresa constructora Ofitesa. En esos momentos, entró en el salón el director general de Cultura acompañado por el gobernador civil y Jesús de Perceval. Ricardo de la Cierva se dirigió entonces a los asistentes, le manifestó su férrea oposición al derribo y terminó ofreciendo la ayuda del Ministerio para la restauración del Teatro y el mantenimiento del Círculo.

Al presidente del Círculo no le quedó otra que suspender la junta general y levantar la sesión, dando carpetazo al negocio inmobiliario. Así cesó el peligro, así se salvó el Teatro. Aunque, para ser precisos, ya estaba salvado poco antes de aquella reunión, cuando De la Cierva hizo llegar a todas las autoridades locales la decisión de Madrid de que no iba a permitirse aquel atropello.


Algunos fracasos

Jesús de Perceval no tuvo éxito en sus intentos por salvar el antiguo convento de San Francisco que presidía la plaza de San Pedro o en su empeño por recuperar el patio renacentista del Castillo de Los Vélez, ejemplos que no empañan, sino que dignifican sus desvelos para proteger el patrimonio histórico almeriense. Otros ejemplos, los felices, los tenemos en la pervivencia del Teatro, el mihrab califal en la Iglesia de San Juan -que salvó junto a Fernando Ochotorena- la torre nazarí de Santa Fe de Mondújar, así como el descubrimiento y protección de numerosos yacimientos arqueológicos de nuestra provincia, entre otros logros.


Más allá de sus méritos artísticos, del Indalo y la fundación del Movimiento Indaliano, de la regeneración de la Cultura almeriense, de la defensa de lo nuestro y la promoción exterior de esta tierra –hechos que le valieron el título de Hijo Predilecto- con la muerte de Perceval, Almería perdió a su más decidido paladín, genuino referente de la cultura mediterránea.


Este año 2014 se conmemora el centenario de su nacimiento, efeméride que parece pasará como otra fecha cualquiera en el calendario de esta ciudad que suele abandonar a los suyos para agasajar a extraños.


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