Ahora resulta que sufro de amigdalitis crónica. Esta mañana me lo ha dicho el otorrinolaringólogo. Al parecer mis amígdalas están cubiertas de una especie de surcos y pequeñas cavidades que hacen que esa zona sea un gran lugar para el veraneo de bacterias. ¿Estoy jodido, doctor?, le he preguntado con cierta afectación. No digas gilipolleces, me ha parecido leer en su mirada. Según me ha explicado, esta dolencia mía no viene de ahora. La arrastro desde hace bastante tiempo. No hablo de unos años. Tampoco hablo de mi adolescencia o de mi infancia. Al parecer esta amigdalitis empezó a fraguarse hace millones de años. Eso me ha dicho. Por la misma época en que cristalizaban conceptos tan variados y distintos como el amor, el tiempo, el vacío, el poder, la palabra, el secreto, la distancia, el placer, el silencio o el mismísimo deseo. Por poner algunos ejemplos, me ha soltado el laringólogo desde el otro lado de la mesa. Para ser sincero, me ha llamado muchísimo la atención que mi amigdalitis se generara a la par que el amor y el deseo. No veo normal que compartan génesis cosas tan dispares en significante y significado. Pero no soy yo quien tiene una pared de una sala de espera con una orla de la facultad de medicina de la Universidad de Granada. En fin, que el diagnóstico ha tronado en la consulta. Tal y como suena si lees esto en voz alta: Padeces una amigdalitis crónica y, además, prehistórica. ¿Usted no había notado nada antes? Y yo, la verdad, a lo largo de mi vida he disfrutado de los beneficios del amor, he lamentado el castigo del tiempo, me he quedado vacío para volver a sentirme pleno, he ansiado mezquinamente el poder, he buscado la palabra exacta, he padecido la distancia, se me han afilado los colmillos al hablar de placer, he guardado silencio y he deseado casi todas las cosas de este mundo. Pero esta dificultad al tragar, esta ligera y constante inflación de garganta, este dolor irradiado hacia la base del cuello, esta presencia fantasma en la faringe, esta amigdalitis crónica y, además, prehistórica no estaba ahí hace unas semanas. Eso lo aseguro sin miedo a equivocarme. Que estuviera escondida ahí durante siglos, bueno, lo puedo aceptar. Yo a estas alturas no me asusto de nada. Pero la amigdalitis se ha manifestado de golpe. Exactamente como lo habría hecho el amor o el silencio.
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