Volvemos a celebrar el Día del Medio Ambiente, y David y Sergio vienen a mi cabeza. Uno es tímido, reflexivo, curioso, muy observador y relaciona lo que ve con lo que leyó en los libros. El otro es impulsivo, extrovertido, preguntón, un poco despistado y no recuerda donde aprendió lo que sabe. Si se conociesen y acompasasen sus ritmos, se llevarían bien, porque escuchan, les gusta la naturaleza y comprenden la necesidad de cuidarla.
Los conocí muy pequeños en las limpiezas de playas. Al primero lo llevaba su madre, que entendió la importancia de la tribu para educar un niño. Por eso se alió con las maestras y se comprometió con la AMPA de su colegio. Para formar parte del crecimiento educativo y social de su hijo, consciente de su responsabilidad, buscó alianzas, sinergias, consejos y decidió opinar, colaborar y trabajar activamente en su formación.
Al segundo era su abuela, sabedora de que hay lecciones que no enseñan los colegios, que es la familia quien educa en valores, la que da ejemplo, la que reafirma lo aprendido en la escuela. Se unió a las asociaciones ecologistas para mostrarle que hay gente que lucha porque cree que otro mundo es posible; que cada gesto minúsculo importa; que la constancia derriba muros; que al andar se hace camino; que las utopías, sueños y esperanzas, se siembran, se construyen y se alcanzan paso a paso, gota a gota, verso a verso.
Los preparamos para un futuro prometedor, de oportunidades, de mundos por descubrir, pero olvidamos que somos el presente. Son nuestras huellas erradas las que tendrán que borrar, nuestros desmanes los que corregir, nuestras barbaridades las que subsanar. Empecemos hacerlo ya, con ellos, para no avergonzarnos cuando nos pidan explicaciones y tengamos que justificar la inacción; el despilfarro de recursos; la perdida de biodiversidad; la destrucción de ecosistemas; la contaminación de la atmosfera, el suelo, el espacio y los océanos; la privatización del agua; la especulación de la energía del sol; el secuestro de las semillas o las medicinas que nos curarán.
Es el momento de bajar de la nube, de tocar y oler la tierra, de saborear el ahora, de defender lo local, lo palpable, lo que nos alimenta y sustenta. Aprovecha estos días que se acercan, y aprende a mirar con ellos los espacios naturales cercanos, participa en las limpiezas de playas, en los cuentacuentos, en los talleres de reciclaje, en los paseos para observar flamencos o los delfines que nadan entre las estrellas.
Olvida tus prejuicios, las ideas preconcebidas, la negatividad que nos invade ante un mundo insensato, e interésate por lo que aprenden en el colegio y colabora con las maestras, la AMPA, los colectivos sociales y las administraciones. Para cambiar el mundo necesitamos marcarles un camino y actuar en nuestro entorno más inmediato, en el ahora inminente, en casa, con nuestros vecinos.
Dicen que un niño que lee es un adulto que piensa. Yo le añadiría, parafraseando a Cousteau, que un niño que lee su entorno, termina pensando y amando su tierra, y por lo que se ama, se pelea para conservarlo.
La madre tribal y la abuela azul no lo saben, pero le están haciendo el mejor regalo que David y Sergio recibirán jamás. Con su constancia, compromiso y el susurro cómplice, les han tejido unas alas capaces de alcanzar lo inalcanzable e insuflado una voz propia, con la que gritan orgullosos que son guardianes de la naturaleza.
Veremos por donde los lleva la difícil e incierta adolescencia, pero hay lecturas, semillas, y ejemplos, que nunca se podrán borrar y, tarde o temprano, les recordarán quienes son y marcarán su camino, nuestro destino.
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