He tenido que esperar a leer primero la novela para luego poder escribir. A veces abandono novelas porque me viene algo nuevo que me parece más estimulante y puede ser que esa nueva novela también la abandone, siempre con el ánimo de que volveré a ellas, no me gusta dejar un libro sin acabar.
Sin embargo, alguien me recomendó un autor japonés del que nunca había oído hablar: Seicho Matsumoto, escritor de novela negra, y empecé con “El expreso de Tokio” y no pude parar hasta el final.
Cómo engancha el suspense, la intriga, la búsqueda de la verdad. La vida es tan aparente que nos gobiernan los prejuicios, pero la intuición no para de rondar a las mentes inquietas y después de muchos rodeos, incluso a veces desesperantes, por fin se llega al fondo del asunto.
En este proceso de búsqueda son imprescindibles los detalles. Si uno se queda con lo aparente nunca comprenderá nada y me parece que esa es la dinámica social dominante.
Cómo se prepara un crimen para que parezca un suicidio o dos crímenes con pinta de doble suicidio amoroso. La meticulosidad de la acción, la preparación de las coartadas. Está todo tan medido, milimétricamente, para que lo aparente se considere natural, espontáneo, regido por el azar.
Pero ahí está el inspector, un hombre de mente sublime que cae permanentemente en profundos errores, pero no deja de investigar, sus dudas le atormentan y necesita urgentemente esclarecerlas.
Así surge la verdad. El domingo pasado estuve comiendo con unos amigos, y brotó la frase “conócete a ti mismo”. Recordé a Camarón cantando “yo no sé quién soy ni los que me quieren”. Aparentemente puede ser un refugio para no esforzarse, como si eso resultara más cómodo, sin embargo, también es necesario el propósito de enmienda.
No debemos estancarnos. Necesitamos avanzar.
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