En un país pintoresco puede suceder de todo. Por ejemplo, que a las pocas horas de que AENA decida que tener aeropuertos abiertos en sitios donde salen aviones de cuando en cuando, o casi nunca, es una barbaridad económica, y reglamente que sólo estarán abiertos de manera permanente los 17 que funcionan con normalidad, aparece un personaje con una enorme suerte -logra premios de manera insistente en quinielas y loterías- o que le prescriben los delitos antes de ser juzgado, y declara que los que estamos en contra del aeropuerto de Castellón, por el que han pasado menos aviones que por el patatar de mi tía Pascualina, somos tontos y torpes. Carlos Fabra, alias el Listo, dixit.
En un país pintoresco puede suceder que los rectores no acudan a una entrevista con el ministro de Educación, y que nadie repare que si en España hay 75 universidades, en porcentaje de población tendría que haber en Estados Unidos cerca de 600. Pero en Estados Unidos no hay ni siquiera el doble de las que hay en España, aunque eso sí, tiene colocadas a cincuenta de ellas entre las mejores del mundo.
Si repasamos la lista de las doscientas mejores universidades del planeta, no hay ninguna española. En un país tan pintoresco como éste puede suceder que mientras baja año tras año el porcentaje de alumnos matriculados, aumente año tras año el número de profesores contratados.
Es como si en un restaurante, a medida que va disminuyendo el número de mesas ocupadas y de clientes, se empleara aun mayor número de camareros. En un país tan pintoresco como España puede ocurrir que algunos de los aficionados a unos equipos de fútbol que se disputan la Copa del Rey, le piten al Rey o al que lo represente, y que digan que no se sienten españoles, pero luchen denodadamente por lograr el campeonato.
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