La Voz de Almería, 85 años. Una metonimia almeriense

La función del periodista como buscador, filtrador y creador de historias, es una necesidad

La Voz de Almería cumple 85 años.
La Voz de Almería cumple 85 años. La Voz
La Voz
20:10 • 23 jun. 2024

La Voz de Almería cumple 85 años y esa es, casi, la esperanza de vida de un almeriense. Es mucho tiempo y mucho lo vivido. Hijo de la imprenta, el periódico ha visto llegar, sin pestañear, la radio, la TV y ese invento militar que fue Internet. En sus páginas se ha coloreado un siglo XX de dictaduras y democracia ya larga, paz entre guerras, y se vislumbra un XXI ilusionante y, a partes iguales, inquietante. La Voz es eso que ha pasado de erial a una amazonía de verduras, huerta de medio planeta. Almería, digo. Es eso que ha pasado de la España del Estadio de la Falange a las pistas de pádel de Fuente de la Higuera (Benizalón). Es eso que ha hilado, como historiadora de lo inmediato, la línea del tiempo de una provincia que camina hacia el millón de habitantes. Almería, claro. Esto es, La Voz ha sabido mimetizarse en la misma piel de sus stakeholders: los almerienses.



Y no es fácil esa supervivencia. Y tiene mérito la efeméride. Y vale la pena el modelo. Y como muestra del entorno y del contexto de esta aventura, valgan algunas consideraciones que explican ciertas cosas. El éxito de las redes sociales y sus conversaciones cotidianas –a veces no exentas de excrementos verbales-, que no deja de ser una revolución disruptiva del ya viejo camino lineal del periodismo para dar lugar a una democratización en el acceso y la creación de contenidos, sitúa a los medios tradicionales ante el apasionante reto de ofrecer un servicio que arrincone el delirio del rumor, el periodismo de declaraciones y los temas impuestos de la agenda setting y apueste, como ha hecho La Voz de Almería, por descubrir que a una inmensa mayoría de ciudadanos les interesa bastante más una entrevista introspectiva a personajes anónimos, una crónica a pie de calle de denuncia social, sobre la actividad militar en Viator o acerca de la campaña de abonos del Almería y, por supuesto, un buen reportaje de nuestros barrios y pueblos.



Como amenaza visible para el periodismo aparece la influencia hiperventilada de los modernos gabinetes de prensa de instituciones, partidos y toda suerte de colectivos –son necesarios, con límites sanos- que, atados a la fuente primaria, se han convertido en expendedoras de mercancía de insumos periodísticos a caballo entre la información y el marketing. Nunca deberían ser gatekeeper o seleccionadores de noticias, aun cuando hagan su trabajo con la mayor eficacia y responsabilidad. Esto no solo alimenta un debate que choca con el sentido ético del periodismo. También es una reflexión estética, pues en no pocos medios atomizados en la serpiente de Internet se generan productos periodísticos que, parafraseando al sociólogo George Rtizer (La McDonalización de la sociedad. Un análisis de la racionalización en la vida cotidiana, 1996), resultan casi siempre previsibles y se producen con rapidez, sin tener en cuenta el valor de la diferencia y haciendo prevalecer la cantidad frente a la calidad. Mira la portada digital de La Voz y verás que, ante el modelo fordiano de información en serie, se impone aún el periodismo artesanal y distintivo.



La desconexión con las generaciones Z y Alfa, que desconocen el significado que el periodismo tiene para sustentar una democracia, es otro desafío. Es la cantera y hay que hacerles llegar el mensaje de que, si están fuera de la sociedad bien informada, serán manipulados y dirigidos sin que ellos lo sepan por entes abstractos o predicadores influencers –los hay respetables- que pretenden, algunos con éxito, sustituir al periodista en la función natural de contar su verdad de lo que pasa ahí afuera. Estaremos fabricando así dos velocidades: la primera, elitista, la de los bien informados –dejo al margen ideología y línea editorial de los medios clásicos-; la segunda, integrada por quienes, lejos de elegir qué leen o escuchan, reciben el parte del algoritmo o la última ocurrencia de un genio de la ignorancia en las ya más que evidentes redes disociales.



Pero, sin ningún género de dudas, la mayor lacra es la desinformación. Y, en paralelo, la sobreinformación. Desinformar, que es informar mal a sabiendas de que detrás hay una falsa verdad o una burda mentira, no es nada nuevo en el negocio. Nació con el lenguaje, se extendió con la imprenta y se agigantó con Internet. Pero sobreinformar, siendo un pecado menor, tiene efectos igual de perversos: inunda el paisaje de una bruma letal, asfixiante, con la fina intención de que el periodismo no sea un medio y sí un fin, no sea un servicio y sí un producto. La idea está clara: hay tanto árbol que impiden ver el bosque.



Por eso, en los tiempos del algoritmo que adivina qué vas a comprar esta tarde y bombardea con noticias ultraprocesadas, la función del periodista local, como buscador, filtrador y creador de historias, es una necesidad que debemos abrazar con coraje. Y da igual que el soporte sea un teléfono móvil. Digámosle a nuestras madres y a nuestros hijos que los motores de búsqueda y las redes no son el hábitat más adecuado para conocer su mundo. Digámosles que el periodismo ciudadano, lo que Manuel Castells llamó la auto-comunicación masiva, es una involución en toda regla. Muy democrático y libre, sí –todo el pueblo opina-. Tanto, que nunca antes ese pueblo ha estado tan mal informado. De noticia en noticia. Hasta la derrota.



Por eso, que un medio como La Voz cumpla 85 años y sea referente para una mayoría social de su provincia, no solo es un proceso sano y regenerador: es una señal inequívoca de que aún hay esperanza de que el periodismo sobreviva a esa ola de cambio que nos conducirá a una orilla desconocida. Ante la incertidumbre, la proximidad espacio-temporal. Frente a la macdonalización, la personalización. En medio de un mundo líquido, cambiante, efímero, bien está lo sólido, el valor de las arrugas del tiempo, la experiencia y, muy especialmente, la certidumbre.



Solo así se podrá evitar que la propaganda y la des(sobre)información impongan su relato.


Decir La Voz de Almería es y debe seguir siendo una metonimia del periodismo almeriense.


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