Que sí, hombre, que es la mar de gracioso eso de hacer un vídeo horneando un cristo. Por aquí la cebollita, la mantequilla, aquí unas patatas… oyes, qué risas. Si es que somos la monda lironda. Esas bromas son estupendas para las cenas de amigos y las bien surtidas sobremesas de despiporre creativo doméstico. Pero cuando consentimos que esas bromas en plan niño terrible (grabadas en 1977, cuando todos éramos felices e indocumentados) se difundan muchos años después a nivel nacional por una televisión, aunque sea la televisión de unos amigos, debemos asumir que no todo el mundo comparte nuestro mismo sentido del humor rompedor e irreverente y que muchas personas pueden sentirse legítimamente ofendidas. Respeto, creo que se llama esa figura. Afortunadamente, en los países occidentales la protección de los sentimientos religiosos de las personas la establece el Código Penal y no una corte de clérigos, por mucho que los abajofirmantes de guardia y el sedicente "mundo de la cultura" quieran hacer del juicio al cantautor y cocinero Javier Krahe un espectáculo de moralina progre. No quiero entrar ahora en la falta de coherencia culinaria del autor, del que no se conocen recetas con el Corán o con un buda acostado. Simplemente quiero lamentar la brutal falta de respeto que padecemos en España, país en el que se dedican extenuantes esfuerzos a denostar los valores, símbolos, creencias, himnos y condiciones de los demás. Tan lamentable es que desde un púlpito se llame "enfermos" a los homosexuales como que un presunto artista guise un crucifijo. ¿Tendrá alguien la receta para acabar con esta cruz?
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