Activista ambiental, fundador, en 1977, de Sea Shepherd, los pastores del mar, tras ser expulsado de Greenpeace. Esta organización, de la que fue cofundador, lo acusó de estrategias, tácticas y actuaciones de acción directa peligrosas, violentas e ilegales. Él, de lucrarse con donaciones para salvar el planeta desde los despachos.
Lo llamaban pirata por saltarse las leyes, para denigrarlo, así que les dio la razón y diseñó su bandera. Sobre fondo negro una calavera, donde se ven una ballena y un delfín. Debajo, en vez de sables o huesos, un bastón de pastor cruzado por un tridente en el que aparece grabado un delfín. Son piratas que defienden el mar.
Juzgado, encarcelado y acusado de terrorista en varias ocasiones, son muchas las heroicidades que acrecientan su leyenda, algunas grabadas en directo para la televisión. Hundieron barcos balleneros, redes de deriva, o su propio barco. Se interpusieron ante la flota que cazaba focas en las Islas Orcadas que luego compraron y transformaron en santuario. Atacaron atuneros, ayudan a diferentes gobiernos contra la pesca ilegal, alertaron contra la matanza en Taiji, donde cazan los delfines que luego usan como juguetes en los delfinarios, y un largo etcétera del que tienen que enorgullecerse.
Desde 2012, pesaba sobre él una notificación roja de la Interpol emitida por Japón, por causar daños y lesiones a su flota y a uno de sus tripulantes. Acusación demostrada infundada, pero vigente y por la que el 21 de julio se le detuvo, en aguas territoriales danesas en Groenlandia, al ir a repostar.
El 5 de septiembre la justicia danesa decide su extradición a Japón, donde será juzgado y, posiblemente, encarcelado durante 15 años. A sus 73 años, sería una condena a muerte. Si la justicia fuese justa, quien defiende el bien común de los verdaderos piratas, los ilegales y amparados por grandes empresas y países, sería liberado, pero, por desgracia, la justicia está manejada por los intereses económicos de unos pocos. Además, los daneses le tienen ganas, porque lleva décadas denunciando que en sus Islas Feroe, familias enteras, niños incluidos, masacran cientos de calderones anualmente.
En Europa, Islandia y Noruega también cazan ballenas bajo el paraguas de la ciencia. Japón se cansó de eufemismos y se salió de la Comisión Ballenera para cazarlas en aguas internacionales sin limitación ninguna.
Muchos pensarán que merece el castigo, que no es ético utilizar la violencia para hacer cumplir la ley, pero mientras nuestra justicia lenta, interesada y manejada, toma una decisión y se hace cumplir, los cetáceos, tortugas, tiburones y otras muchas especies y ecosistemas están siendo esquilmados para beneficio de unos pocos, y con el silencio cómplice de todos.
Estos días, a modo de ejemplo, vemos que las leyes son insuficientes para evitar la tala de 1000 ha en el Maestrazgo para construir un megaproyecto de energía renovable; o para evitar construir un hotel en la playa de Genoveses; o que la Vega de Mestanza sea sustituida por una depuradora para exprimir más el turismo en la costa malagueña.
El capital y sus títeres políticos, que crean leyes para llamar terroristas a jóvenes que tiran pintura contra un banco, se ríen de las manifestaciones, de las denuncias en los juzgados y de las críticas en la prensa. Por eso, gente como Paul Watson, que se juega la vida y su reputación por el bien común, son más necesarias que nunca.
Desde mi cobarde y cómoda atalaya, consolándome con mis granitos de arena, y sabiendo que no sirve de gran cosa, firmaré la petición de libertad para el pastor de ballenas que las protege de los lobos de dos patas.
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