Todos a la cárcel

Todos a la cárcel

Jose Fernández
22:11 • 02 jun. 2012

La única vez que he estado en una cárcel fue hace un montón de años cuando, siendo más tierno que un bimbollo, el periódico para el que comenzaba a trabajar me envió, en un alarde de irresponsabilidad informativa, a cubrir un motín o algún follaero de esos en los que hay helicópteros, agentes con cara de mala leche y un ambiente así como de que van a volar hostias de un momento a otro. No descarto que en el futuro pueda volver de algún otro modo, pero esa ha sido por el momento mi máxima aproximación al mundo penitenciario, ya digo, y no me pareció un lugar especialmente apetecible. Pero las cárceles españolas han debido evolucionar mucho en cuanto a su arquitectura interior y confort, sobre todo después de escuchar al actual secretario general de Instituciones Penitenciarias, Angel Yuste, diciendo que el Gobierno está revisando el plan de infraestructuras para modificar el diseño de algunos centros penitenciarios, “porque se han introducido innovaciones suntuarias que este país no puede asumir”. Y no hablamos del color de los muros, sino de ¡piscinas climatizadas con socorrista y televisiones de plasma en las celdas! ¿Quién fue el lumbreras que pensó en convertir los presidios en hotelitos con encanto? De todos modos, el debate suntuario es falso, porque no se trata de que las cárceles sean más o menos pijas, sino de ver si alguien va a la cárcel en España. Pero me temo que los responsables de los agujeros bancarios, los atracos con sello de partido y los pelotazos inmobiliarios seguirán disfrutando de las piscinas climatizadas y de las televisiones de alta definición en su casa, muertos de risa.  Recordemos que el gran jurista italiano Cesare Becarria (1738-1794) decía que la finalidad del castigo es asegurarse de que el culpable no reincidirá en el delito “y lograr que los demás se abstengan de cometerlo.” Supongo que entre los penales de esa época y el feng-shui carcelario hay un razonable término medio, claro, pero seguramente el signore Beccaría no sospecharía el nivel de idiotez que llegaríamos a alcanzar con el paso del tiempo. 







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