En julio de 1971, el gobernador civil de Almería, Juan Mena de la Cruz, multó al empresario del agua de Araoz, Joaquín Cumella, con 2.500 pesetas por haber subido el precio del agua sin explicaciones. Y firmaba el expediente con una frase demoledora: “El agua es la misma”.
Uno intuye que buena parte de los ciudadanos de Almería podrían estar de acuerdo con esta reflexión: por mucho bien de primera necesidad que sea el agua -qué hay más imperioso que el agua- es cada vez más caro obtenerla por la evidencia empírica de que cada vez llueve menos. Y el hecho de que sea indeclinablemente vital, no significa que vaya a ser barata de aquí en adelante. Teniendo en cuenta toda la casuística posible, uno es de la opinión de que hay que acostumbrarse a pagar lo que valen las cosas. Ya lo hacemos cuando compramos un botón o un Rolex. Por eso, hay cierto tufo de demagogia sofista en lo que se ha bautizado como el tarifazo del agua en la capital almeriense. A nadie le tiene que sobrecoger que desalar es más caro que decantar agua de pozos. El Ayuntamiento, la alcaldesa o el concejal del ramo, no están para subvencionar, mediante tarifa plana para todos, el agua ni ninguna otra tasa como la de la basura (a excepción de las familias con necesidades especiales). Están para que el Quemadero luzca igual de limpio que la Plaza de la Catedral, para que las terrazas ocupen los metros que tienen que ocupar, para que los coches mal aparcados en el Cerro de San Cristóbal se multen igual que los de la calle de La Reina, para que la normativa de ruidos en las Cuatro Calles se cumpla, para que haya plazoletas amables y jardines e instalaciones deportivas públicas (en el centro histórico no hay ni una), para que no haya un Club de Perdones Mutuos con las empresas concesionarias de los servicios, para que no haya olor a estiércol en la rambla de Las Almadrabillas, para que haya una atractiva agenda cultural, para que haya una plantilla de funcionarios ágiles y amables no enchufados al carnet, para que haya una política realista de gastos de personal, para que los costes de los ediles no liberados esté acorde con las posibilidades de las arcas municipales (se supone que hay algo de vocación desinteresada en el ejercicio de la política, desde Pericles). Para eso sí está el Ayuntamiento, la casa de todos.
Para lo que seguro que no está (aunque se prometa en elecciones) es para subvencionarnos a todos por igual el agua o la basura. A grosso modo, desalar un metro cúbico de agua a los almerienses cuesta 0,60 euros. Eso es lo que tenemos que pagar si no queremos -que no queremos ¿verdad? - generar déficit público como hasta ahora. Eso significa que, de pagar una media anual de 370 euros, pagaremos 550 euros. Eso es lo que hay, si queremos agua en el grifo, porque eso es lo que cuesta. Probablemente, si comparamos la actualidad con el futuro, esto sea una Arcadia; probablemente dentro de 50 años paguemos más por el agua que por la gasolina de Repsol. Porque el agua, siendo la misma, como aquella de Araoz del bueno de Cumella, ya no valdrá lo mismo. Es lo que hay y lo que probablemente habrá. Por eso, más cuentas y menos cuentos.
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