Era un olor memorable el que te asaltaba cuando abrías el sobre de los cromos; era, como en el libro de Luis Mateo Díez, la Gloria de los niños; era ese momento de felicidad suprema cuando encontrabas que alguna de la estampas no la tenías, como si te hubieran mirado los ojos más bonitos de la clase. Uno vuelve a oler ahora un cromo de Panini de sus hijos y automáticamente se ve inmerso en ese bullicio a la salida del colegio cuando nos poníamos los niños -también había muchas niñas coleccionistas- a cambiar estampas repetidas: les quitábamos la goma al taco, lo acunábamos en una mano y con el dedo pulgar de la otra íbamos pasando los jugadores a velocidad de crucero, Rexach, Santillana, Cardeñosa, Marañón... hasta que uno decía, "No la tengo" y paraba el recuento como si fuera una subasta de arte. Hasta hace poco veíamos a nuestros hijos hacer lo mismo que nosotros, como si se hubiese detenido el tiempo, en ese kiosco que había en la Plaza de los Burros que ya cerró sus puertas. Ahora que se cierran kioscos, los álbumes emigran a las gasolineras.
Era todo un universo, el de los cromos. Veíamos al kiosquero rodeado de cajas a cinco pesetas el sobre, como si fuera el guardián de un tesoro. Después, al llegar a la casa, agarrábamos el álbum de la estantería y con el amor de un benedictino copiando un códice, pegábamos las estampas recién compradas con pegamento Imedio, con harina empapada o con cola de carpintero, solo en la parte de arriba para poder ver la biografía del futbolista en el reverso. Íbamos rellenando los huecos de los equipos como si escaláramos una montaña, de la misma forma que nos íbamos haciendo grandes y nos iba saliendo bigote; íbamos completando esos álbumes de nuestra pubertad con la ilusión infinita de quien va cubriendo etapas, aunque siempre había algún jugador que se resistía porque Ediciones Este, seguro, hacia tiradas pequeñas para algunos de ellos -en mi caso tengo un álbum incompleto a falta de Tarantini- que casi siempre estaban en el apartado de Ultimos Fichajes. A veces, la editorial hacía trampa e imprimía los cromos antes de las presentaciones de los jugadores nuevos y entonces hacía montajes como ponerle el cuerpo de Neskens al rostro de Maradona, que aún no había llegado a Barcelona y por tanto no había posado con la camiseta. Antes, la generación de nuestros padres y abuelos, iniciaron ese afán coleccionista con los cromos que iban en las tabletas del chocolate Nestle.
Toda esta catarsis viene a cuento porque la Organización de Consumidores y Usuarios (OCU) ha presentado denuncia contra Panini, la gran editorial internacional de cromos, alegando que hacen falta, al menos, 600 euros para llenar un álbum de 550 cromos, a euro el sobre de seis estampa, porque Panini -alegan- hace trampa y hace tiradas desiguales para que haya dificultades para llenar el álbum por la escasez de algunos jugadores. Y que eso supone un oneroso gasto añadido para las asediadas familias. Y uno piensa, quizá erróneamente, quizá sobredimensionando el recuerdo de la emoción infantil, que qué sería de la ilusión de los niños, del anhelo del coleccionista, si no hubiera cierto grado de sorpresa. Si comprásemos el álbum ya lleno, dónde queda la gracia de coleccionar. Si nunca hubiera decepción al abrir el sobre, nunca habría alegría al encontrar un cromo difícil. Sería como comprar seis décimos de lotería y pretender que te toque uno de oficio. Sin riesgo no hay emoción.
Almería está llena aún de adultos con alma de niño que se quedaron varados en esa playa emocionante de los cromos y que siguen coleccionando y comprando en Todocolección como si fueran Peterpanes. Después de todo este empacho de retrovisor, en lo que menos piensa uno es en los cinco duros que le pedía a su padre para comprar estampas, como pretende hacernos ver la OCU, cuya denuncia, intuyo, no va a tener demasiado recorrido.
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