Ya lo ven, las encuestas crepitan en desprecio de los políticos. ¿Por qué será? El tercer problema de este país si exceptuamos el paro y el terrorismo son ellos. Sin embargo no se puede decir que vivan una crisis de vocaciones. Los partidos no se cierran por falta de operarios. En las asambleas previas a la señalación de candidatos para cualquier proceso de elecciones hay tortas por figurar en las listas.
Lo único que sienten es que no hubiera más diputados y más senadores en las dos cámaras de Madrid para de este modo poder emplear más gente. Algunos dieron con la tecla de ser alcaldes y presidentes de la Diputación a un mismo tiempo y también alternar la alcaldía y el senado amén de apuntarse a varias comisiones de trabajo. Es que no paran estos supermanes de la política cuando la ciudadanía los mira con cierto recelo a medida que se van haciendo un buen patrimonio. Las profesiones ciudadanas, independientes y libres, deben andarse bastante complicadas como para preferir alistarse en un partido político a callar y a esperar que le den a uno trabajo. Y qué trabajo; Dios mío. No dudo que es muy noble preocuparse por los servicios comunitarios y atender al bienestar del prójimo, pero ¿en qué clase de desprestigio ha caído esta profesión que hasta Esperanza Aguirre los quiere despedir como inútiles? Supongo que eso será una estratagema más para no hablar de lo que hay que hablar. Recuerdo la gran pasión juvenil que despertaba la política en las postrimerías del franquismo. Pensábamos entonces que la democracia acabaría con tantas cosas odiosas como habíamos tenido que vivir. La política en aquel tiempo era vista por el pueblo como la aurora de la redención. Los más exaltados la cantaron como el advenimiento de la libertad por las alamedas. Paisaje tan deprimente, sucio, hampón, corrupto, mentiroso y humillante era difícil de imaginar a la vista de los personajes que han hecho carrera.
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