Los pueblos de Almería donde no se come pan de gasolinera

Los ránking de la Agencia Tributaria que solo saben medir el dinero

La señora Dolores de Alcolea, junto las flores a la puerta de su casa.
La señora Dolores de Alcolea, junto las flores a la puerta de su casa. La Voz
Manuel León
00:07 • 28 nov. 2024 / actualizado a las 09:40 • 28 nov. 2024

Según el último ránking -qué peligro tiene un ranking- de renta de la Agencia Tributaria, uno de los municipios más pobres de España es María; ¿María? Sí, María; María, allí en la sierra, junto al Mahimón y la Muela, en la umbría de la provincia, donde el aire es más limpio y el agua más clara; María, donde el queso huele a queso, donde los catetos de Almería acuden a ver la nieve de enero como el que va a Disneylandia, donde los ancianos no tienen arrugas ni se come pan de gasolinera. María, sin embargo, es uno de los pueblos más pobres de España. Pozuelo o Alcobendas, donde cada minuto está tasado, son los pueblos donde viven los más ricos. El estrés, el ruido y la furia de Faulkner no computan en los estadillos de la Agencia Tributaria. “No hay nada más injusto que una estadística”, dijo Achenwall, el profesor alemán que las inventó. Recuerdo que hace veinte años, en este mismo periódico, el entonces alcalde de Alcolea, Fernando Utrilla, escribió una deliciosa Carta al Director, como la de aquel Jefe Indio al que el hombre blanco le había robados sus pastos y matado a sus búfalos. Era, la de Fernando, su respuesta a un informe socioeconómico de La Caixa que situaba a Alcolea ese año de 2004 como el pueblo más pobre de España. Escribía Utrilla, ahora reconvertido en fotógrafo rural atrapador de almas y rincones de su pueblo, que cómo se mide en una estadística el aire puro, el aceite de una tostada, el rosal en el patio de una casa que mira al valle alpujarreño. Decía todo eso el primer edil e informaba con la libreta en la mano que en su pueblo de mil habitantes todo el mundo se conoce y se saluda o se frunce el ceño y que hay tres almazaras, cuatro tiendas de comestibles, tres bares, un restaurante, cuatro empresas de construcción, un banco, dos taxis, una asesoría, una farmacia, una panadería, un pub y una escuela. “¿Para qué más?”. 



Qué peligrosos que son los ranking y las estadísticas, porque hay cosas, que por fortuna, no puede medir la Agencia Tributaria: el silencio de una tarde, el crecimiento feliz de una planta, la vida lenta (slow life) que para algunos es ya una filosofía de vida. “Para qué más, si nos vamos como venimos”, repetía Fernando aquel día desde la paupérrima Alcolea, con el bastón en la mano, como un hombre antiguo, con su metro y medio de sabiduría popular. Hace tiempo que la estupidez de las estadísticas lo que nos viene a demostrar, refrendando a Schopenhauer, es que el hombre no viene del mono sino que va hacia el mono. 










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