Estuve setenta y dos horas en Almería. La primera cosa que quería hacer era ir a la primera sesión de la película en versión original que se iba a proyectar en el cineclub del Teatro Apolo. Por una vez tenía la entrada comprada en un buen sitio, aunque es difícil que exista un buen sitio en el Apolo, todos los asientos son muy incómodos, pero se suspendió la función y me libraron de que mis cervicales pasaran un mal rato. No sé entonces lo que hice esa noche, pero la pasé bien.
La siguiente fue todavía mejor porque fui a la Jam session de La Guajira. Esa noche actuaba Sidi and Roots Revival en una Reggae Jam. Sidi es un ser maravilloso, no he hablado con él, lo he oído cantar, y, aparte de poseer una voz poderosa, su entusiasmo por la vida y por la música se transmiten en cada sonido que emite. Anima a todo el mundo. A bailar, grita, no estamos en un cine, y lo consigue. Esa noche me tocó a mí disfrutarla.
Al día siguiente me subí en el autobús que va a Cabo de Gata y me bajé en La Fabriquilla, la última parada. Allí estuve tumbada al sol en silencio. El mar estaba muy tranquilo y el movimiento de las olas era muy suave. Justo lo que necesitan mis oídos y mi cabeza. Más tarde me tomé unos pinchos morunos en La Almadraba de Monteleva, y luego volví a la arena para ver la puesta de sol.
Pero cometí un fallo, un gran fallo, porque después de hacer mis respiraciones profundas, y antes de meditar unos minutos, quise hacer unas fotos al sol, el mar, el cielo y las nubes, creyendo que iban a desaparecer si cerraba los ojos, y así me entró ansiedad y ya no me sirvió de nada la meditación. Maldito móvil.
Desde entonces la ansiedad se ha apoderado de mí, y como Marisa Paredes en “La flor de mi secreto” puedo afirmar que “excepto beber, qué difícil me resulta todo”.
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