Más allá del legítimo posicionamiento político de cada uno, la decisión de Arenas de no presentarse a la reelección para la presidencia del PP andaluz no es una buena noticia para Almería. Hasta ahora y en más de treinta años de política autonómica sólo dos diputados por la provincia han tenido, de verdad, peso en la estructura de poder andaluz: Martín Soler en el gobierno del PSOE y Javier Arenas en la oposición (que también forma parte del poder con sus mecanismos de influencia y presión).
Durante los años que Arenas ha dirigido el PP andaluz, el PP almeriense ha influido en la política general del partido de forma incuestionable por los ciudadanos y de manera incuestionada por la oposición; Soler antes y Sánchez Teruel ahora no ahorraron críticas a Arenas, pero tampoco le negaron, nunca, su dedicación a la provincia, la influencia que en él ejerce Gabriel Amat, ni el esfuerzo realizado por conocer, palmo a palmo, su geografía física y socialmente contradictoria. Esfuerzo recompensado por la abultada mayoría cosechada por la candidatura que él encabezó el 25 M. Si todo el PP andaluz hubiera obtenido en el resto de las provincias resultados similares a los obtenidos aquí, Arenas estaría sentado hoy en el Palacio de San Telmo. No fue así y las causas de aquella decepción deberán analizarlas en el PP con la frialdad que imponen los datos y la búsqueda de las razones que los provocan.
Desde el lunes pasado los populares andaluces están abocados a un proceso de cambios profundos pero sin las urgencias peligrosísimas que impone un proceso de descomposición electoral. No es el caso. Los populares no gobiernan por la legítima política de pactos alcanzados por socialistas e Izquierda Unida, pero no porque se despeñaran por la aritmética de los votos.
Arenas se va pero su sombra no. El dirá que sí; que en la encrucijada de la política ha elegido un camino que le llevará por otros territorios distintos de los hasta ahora transitados; que da un paso atrás para que otros tomen el relevo. Y es cierto. Pero su influencia en el PP andaluz, cincelada tras tantos años de duro trabajo, no se va a desmoronar. Su prestigio está levantado sobre la fortaleza de la piedra, no sobre la debilidad de la arena. La ola de no alcanzar el poder en las elecciones que ganó le ha cambiado la playa de llegada, pero no ha destruido el castillo que Arenas se ha construido durante más de veinte años en el PP nacional y andaluz.
Durante toda la semana han sido centenares las opiniones publicadas, no sobre el “por qué” de su decisión, sino por el “cuando” se ha producido. La primera pregunta no dejaba lugar a la sorpresa. Cuatro asaltos perdidos a la fortaleza del PSOE y cuatro años más en la oposición se antojaba demasiado asalto y demasiado peso para alcanzar la meta en un quinto intento en el que la posición de aspirante yo no la tendría Arenas, sino el candidato (o candidata; quizá una opción más cercana) que sustituya a Griñán en el PSOE.
Lo que sí genera incertidumbre es por qué la renuncia se ha producido en un momento tan aparentemente inoportuno. En las horas más dramáticas del Gobierno de su amigo Rajoy por el rescate financiero, el anuncio de una decisión tan sonora era una vía de agua, otra más, que en nada favorecía la navegación.
Hay quien ha interpretado que detrás de esta aparente contradicción lo que se escondía era la pretensión de que, en medio de tanto ruido bancario, el anuncio del cambio pasase más diluido. Tiene su
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