El minero de datos no es un buscador de filones de oro y piedras preciosas, no se adentra en las entrañas de la tierra y horada las montañas hasta encontrar el tesoro que recompense sus esfuerzos y su valor. Este trabajo queda a un par de palmos de sus narices, la piel de las manos no se agrieta de empuñar un pico y los pulmones no enferman de silicosis.
Si algo coincide, entre el oficio de un hombre que puede quedar sepultado bajo toneladas de tierra y otro que se sumerge en el territorio virtual de las redes, es la urgencia del hallazgo. Esa necesidad agónica de quedar eclipsado ante el resplandor de la piedra o el descubrimiento de información, en la que cada palabra se paga mejor que el gramo de oro. Ese resplandor produce ceguera y una mutación enfermiza del sentido común y la sensatez, síntomas de la fiebre del oro o al menos así lo contaban las películas de Hollywood.
Porfirio Morgan, mi vecino, es un data scientist, minero digital en castellano. Y es uno de los grandes, en el mundillo se le conoce por el alias de Pistacho Will, ha hecho trabajos para la CIA, el M16 británico, el grupo de Murdoch y otros entes malignos que no quiero ni nombrar.
Hace unos tres meses, recibió un correo de una mujer, Adama King. Ella aseguraba ser la hija de un Rey, una princesa desterrada del Reino de Jimbara, donde los de su sangre habían gobernado antes que la luna luciera en el cielo oscuro de la noche. Exterminados los de su linaje, la bella Adama, era el último guardián y la única persona que conocía donde estaba el tesoro del Reino de Jimbara; cuentas corrientes en paraísos fiscales con muchos ceros seguidos y bien ordenados. Y esta era la razón por la cual la princesa, necesitaba de los servicios de Pistacho Will, un genio con las máquinas y un tonto con las mujeres.
Adama King, viajó desde Paris hasta Almería, para conocer a mi vecino. Yo mismo, llevé al aeropuerto a Porfirio, mientras dormía a mi lado con un portátil abrazado a su pecho. Lo dejé descansar y fui a recibirla, pero no había ninguna mujer negra entre los pasajeros, pensé que Morgan acabaría decepcionado, tenía mucha ilusión por conocer una auténtica princesa.
Cuando arranque el coche para regresar a casa, Porfirio aún dormía. Al salir del recinto aeroportuario, la veo sentada en la parte de atrás de mi coche, con esos ojos de mujer pantera y un dedo sobre sus labios carnosos para suplicarme silencio, es muy bueno que el Sr. Morgan duerma, dice.
La aparecida apenas habla durante el camino, me gusta su silencio que agranda su belleza. Tuve envidia del Sr. Morgan como ella lo había llamado, pasara lo que pasara y si Porfirio logra despertar, va estar algún tiempo al lado Adama, la última princesa del Sagrado Reino de Jimbara. Porfirio sólo tiene que encontrar un correo electrónico que su padre mandó a los bancos hace unos nueve años y confirmar su recepción, ella es la única heredera. Bajo juramento real, ha dicho que será eternamente generosa con Pistacho Will.
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