El fin de semana pasado hablé con bastantes personas, algunas con relevantes cualificaciones profesionales en el área de las finanzas. Todas ellas auguraban que si las fuerzas políticas griegas partidarias de salirse del euro ganaban las elecciones en Grecia, el lunes se desataría una tormenta económica de consecuencias imprevisibles.
Por el contrario, si el votante griego optaba por la sensatez y votaba a los mismos partidos políticos que le han llevado al desastre -conservadores y socialistas- esto supondría un respiro y se notaría en la Bolsa. Escribo estas líneas en lunes, y no se ha desatado un desastre, pero tampoco se observa la más leve mejoría. Comienzo a sospechar que nadie sabe nada. Ni los analistas, ni las finas y elegantes agencias de calificación que juegan al acojone, ni Hollande, ni siquiera Merkel. Obama será el primero que sepa cuál es la evolución de la tormenta, pero le informarán de que hay pedrisco unos segundos después de que sobre los mercados caigan trozos de hielo como cantos de río, porque Obama y sus asesores ignoran si va a caer granizo, y cuándo habrá que ponerse bajo cubierta.
Ya sólo falta que aparezca el tonto contemporáneo explicando que esto es una conspiración de banqueros y multimillonarios. ¡Cómo si en el estropicio de Lehman Brothers, que aceleró lo que parecía inevitable, no se hubieran llevado por delante eso que los hermanos Quintero llamaban gente principal, o sea, "amos del mundo". Lo espantoso no es que vayamos en un vehículo cuesta abajo y sin frenos, lo terrorífico es que nadie se pone al volante, porque nadie sabe cuál es el trazado de la carretera.
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