Un año más la noche de San Juan ha llenado la geografía patria de fiestas y tradiciones populares que adquieren connotaciones propias según cada rincón, cada pueblo o cada lugar. Los rituales que se suceden en esta mágica noche son innumerables, si bien el trasfondo de la fiesta suele tener un denominador común entre quienes rinden tributo en esta festividad a algunos de los principales elementos naturales, como el fuego y el agua. Agua y fuego para celebrar una fiesta pagana con diferentes antecedentes: el de la celebración celta del Beltaine o bello fuego que rendía honores al dios Belenos y en la que se encendían hogueras por las que se hacía pasar el ganado para purificarlo e inmunizarlo contra las plagas y enfermedades. Y también una festividad cristianizada para honrar el nacimiento de San Juan Bautista, anunciado por su padre, Zacarías, con las llamas de las hogueras por él prendidas.
Según la mitología esta noche es propicia para sucesos extraños y extraordinarios, hasta tal punto que es posible la visibilidad de dioses paganos. Noche de transformaciones, de cambios, y de augurios que se materializan en actitudes y comportamientos como el baño y lavado en agua del mar a media noche para garantizar la conservación de la eterna belleza. Noche también de sueños y de hadas, de leyendas y de deseos. La singularidad de este festejo es tal que proliferan incontables y diversas formas de celebración, tradiciones y ritos.
Tradición de Oria
En noches como la que nos ocupa no puedo olvidar la ancestral tradición orialeña de dejar nuestra suerte amatoria a la reacción natural de las malvas flores de las pencas de los cardos silvestres. El número de estas especies, cortadas en la víspera de San Juan, dependerá del número de pretendientas o pretendientes cuya receptividad a nuestra propuesta amorosa deseamos conocer. A cada penca asignamos el nombre de la persona deseada y a media noche se procede a chumascar los apéndices de las flores que con cuidado y mimo han de situarse posteriormente en un lugar húmedo. En tiempos de agua y cántaros las pencas se colocaban bajo las cantareras, rincón fresco donde los haya. La magia, el poder sanjuanesco, la propia naturaleza de las plantas o el destino irrevocable de cada cual se encargaban de ofrecer en la mañana del santo la más deseada alegría o la más detestable frustración, según que la penca florecida se correspondiera con el nombre de la persona anhelada o que la planta asignada a nuestro amor deseado no floreciera, signo inequívoco de cruel rechazo a nuestras pretensiones.
En mañanas adolescentes como las de ayer he visto hundirse en la más amarga decepción a amigos y compañeros, al tiempo que he participado del júbilo y alegría proporcionados por las mágicas pencas de San Juan, que siempre contaron entre sus usuarios con más fiabilidad que las viejas y aleatorias hojas de las margaritas que, además, nos exigen la desagradable molestia de arrancarlas una a una. Las pencas de San Juan son más generosas y hasta compasivas.
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