Que tarde en volver septiembre. Que vuelva pero que tarde. Todos los días de julio y todos los días de agosto. Incluidas sus noches más sudorosas. Aunque ni tú ni yo lo sepamos, puede que ese tiempo sea suficiente. Porque tengo pendientes tres o cuatro cosas más o menos confesables. Por eso he cubierto mi terraza con hierbabuena y me he comprado una picadora de hielo. Dicen que hay una playa donde, por la ilógica de las corrientes, van a parar los atardeceres que nadie quiere. Esa ruta la tengo imantada en la puerta del frigorífico. Y dentro hay cerveza, queso, jamón y fruta. Así que septiembre tendrá que ser un mes paciente. Porque primero va lo que primero es: inflar las ruedas de la bicicleta, apilar los libros pendientes, encajarnos al viento y bendecir la sombra y el agua más fresca de la zona. Aún no me ha llegado el pasaje que tengo que imprimir. Pero las maletas están. Las camisetas de manga corta están. El cuaderno moleskine está. Y, además, todas esas cosas que uno echa en falta cuando ya es demasiado tarde. Sé que septiembre llegará como acostumbra. Con los últimos calores y los primeros y minúsculos escalofríos. Pero hasta entonces hay mucho hielo que quemar. Así que me pone contento saber que en un rato me voy a someter a una autohipnosis salvaje y profunda con el Tour de Francia, que después volveré a arreglar el maldito ventilador familiar, que bajaré a la playa a no hacer nada o a intentar hacerlo todo, que me untaré fresca mantequilla de aloe vera por la espalda y las extremidades, que olvidaré anotar tres o cuatro buenas ideas que podrían cambiar esta ciudad, que llamaré a mi padre a las horas frescas de la tarde, que actualizaré facebook con algún estado estúpidamente emocional y que me quedaré dormido sin apenas haberlo intentado. Que septiembre demore su llegada no es una mala idea. Al menos a mí no me lo parece. Que tarde lo mismo que tarde junio, julio o agosto. El tiempo que emplea el calor en aplastarnos como a insectos. Que invierta el mismo esfuerzo que invierte el hielo en cobrar todo su sentido. Sin prisas. El verano se escribe despacio.
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