Hotel Viejo Paraíso

Hotel Viejo Paraíso

Pedro García Cazorla
21:30 • 14 jul. 2012

Si el cansancio no hubiera terminado de vencerme, quizás no hubiera reparado en el Hotel Viejo Paraíso, en un desvío de la carretera nacional A- 401, antes de llegar a la población de Guadaltuna. Desde la carretera podía verse un rotulo luminoso al que faltaban varias letras y un camino que franqueaban cipreses a ambos lados, todo ellos aquejados de alguna extraña enfermedad vegetal, que los había disecado aunque siguieran en pie como lanzas que amenazaran al cielo de la tarde.


Dejé mi coche al lado del único vehículo del parquin, un desvencijado utilitario, lleno de abolladuras y oxido. En la escalera de entrada la hojarasca  amontonada servía de colchón a un gato negro perezoso, que huyó despavorido nada más oír mis pasos. Una vez en el vestíbulo,  el mostrador de la recepción estaba vacío, agité varias veces una pequeña campana que servía de avisador, pero nadie acudió a la llamada. Y aunque quise marcharme de allí en aquel mismo instante, ni para tenerme en pie alcanzaban mis fuerzas.


Desaté con torpeza los cordones de mis zapatos para tumbarme sobre un sofá mugriento. Dormiría un par de horas y después remprendería  el viaje, antes escondí la bolsa con el dinero del atraco, debajo del sofá. Ese dinero estaba maldito, manchado de sangre; había costado la vida de un vigilante jurado que quiso convertirse en héroe y acabó descerrajado con dos balas en su estomago.




A media noche los ecos de una rapsodia grave, que alguien pronunciaba en un lenguaje indescifrable, inundaba toda la estancia. Desperté y aunque la puerta seguía abierta no pude traspasarla. Seguí el rastro de la voz de aquel oficiante y llegué a los comedores del hotel, aún conservaban parte de su esplendor y unos ventanales góticos dejaban pasar la luz de la noche entre sus cristales de colores. 


El rapsoda queda en silencio pero sus salmos aún vuelan como un pájaro de malos presentimientos por el aire rancio de aquellas salas. ¿Quien eres? He preguntado.




- Yo soy la muerte. 


-¿Has venido a buscarme?




- No ha hecho falta, hace varios días que estas muerto.


- ¿Cómo puedo saber que lo estoy? 


- Sólo los muertos pueden llegar a un lugar como este. 


Hoy tiene España algo de Hotel Viejo Paraíso, el lugar donde van los muertos que no saben que están muertos. Esta indolencia fúnebre consiste, en ignorar que nuestra agonía no procede de la crisis económica. Conocido el tumor el diagnóstico empieza a ser revisado y ahora podemos decir que existe una crisis política precedente, una democracia diseñada para satisfacer todas las aspiraciones de los partidos políticos y que asfixia a la sociedad. Control de medios financieros, como las cajas de ahorro por los partidos e infiltración en la justicia, con el propósito de su anulación.



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