Alguien me preguntó por qué “El fracaso de la inteligencia”. Bueno, creo que la situación actual lo explica: crisis irresoluble, prima de riesgo galopante, política errática, desorientación, desencanto… fracaso de la inteligencia.
La inteligencia es una sutil cualidad (subjetiva) de aplicación al género humano. Hasta los políticos están dotados de esta cualidad que, automáticamente, parece diluirse cuando se adocenan en casta sectaria y comienzan a interpretar roles perniciosos para la sociedad que dicen representar.
El fracaso de la inteligencia se evidencia con las soluciones aportadas a problemas presentados. Parece que no hemos aprendido nada de nuestros errores. Hemos renunciado al proceso natural evolutivo perfectible y, lejos de aplicar racionalidad, recurrimos a recursos instintivos: rebelión, indignación, denuesto, algarada, revuelta… en definitiva, recursos de perfil bajo, de ámbito gregario y estímulo de manada.
Tenemos amplio conocimiento del camino que condujo a revoluciones, guerras civiles, rebeliones, insurrecciones, dictaduras, exterminio, depresiones… y no parece que renunciemos a reemprender la senda del fracaso. De nada sirve la amplia literatura sobre política, sociología, economía… incluso la ficción, revelando escenarios utópicos o dantescos, aporta visionarias opciones que habrían de ser orientativas y aprovechables.
El fracaso de la inteligencia no es sólo obtener la licencia de conducir y ser incapaz de organizarse en una glorieta (rotonda).
Instalar un periférico “Plug and Play” (enchufar y andando) parece fácil y, nada más lejos. Hay que llamar a alguien experto en informática que baje los “plugins”, instale los “codecs”, programe la IP, etc.
Abrir un envase “abrefácil” siempre produce alguna lesión; eso sí, después de utilizar algunos utensilios: cuchillo, tenedor, tijeras... y, en algunas ocasiones, golpes y alguna herramienta eléctrica para, luego del esfuerzo y enojo, destrozar continente y contenido.
Pero nada como intentar dar de baja una línea de portátil para descubrir el azaroso destino que le aguarda al usuario que sucumbió a la llamada de la operadora que le gestionó el alta en dos minutos. Por cierto, resulta contradictorio que las grandes compañías de telefonía utilicen la tecnología contemporánea de Graham Bell para dar de alta un servicio de tropecientos gigas. No hay manera de entender lo que dicen; utilizan micrófonos que recogen un ambiente infernal; no se les escucha por desnivel acústico, y no se les entiende por acentos y giros léxicos ininteligibles o por inusitada velocidad en la dicción. Sin mencionar las trampas y estafas que practican, aún a pesar de las innumerables denuncias y leyes que afloran a diario.
En los aeropuertos, después de pasar los más complejos y molestos controles de seguridad, subes a la cabina, te “acomodas” en tu receptáculo y oyes una voz que, aún en tu idioma, no logras entender. El problema es que le hablan a un microteléfono sostenido en posición inversofrontal, lo que proporciona el efecto “pop” que hace que la pronunciación se asocie al aire expelido y la resultante es la de uno que habla con la boca llena de cañamones a alguien con un plátano en la oreja. Mucha seguridad; mucha tecnología, pero con esta chapuza ya dudas si el piloto logrará comunicar y entenderse con la torre de control.
En cuanto al “respetable” se aplica al público que asiste a una corrida de toros y, por extensión, a todo cliente que precisa de uno
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