Una hoja de ruta

Una hoja de ruta

Fernando Jáuregui
23:41 • 26 jul. 2012

No nos lamentemos excesivamente: esto tiene solución. Pero no será quedándose encerrado en La Moncloa, tal y como aparentemente ha hecho este fin de semana clave Mariano Rajoy, máxima representación del poder (nacional), como se solucionarán las cosas. Ni pretendo saber más que nadie ni cometeré la osadía de dar consejos que para mí no tengo, pero admito que, al cabo de la semana y de los meses, un periodista habla con mucha gente, de variadas procedencias y pelajes, y un común denominador que sintetice el resultado de esas conversaciones sería el siguiente:


1.- Hace falta un gran pacto a un triple nivel: uno, autonómico, para reformar la Constitución y separar, con tacto, consenso y cuidado, competencias de las comunidades históricas de las que no lo son. Dos, unos nuevos pactos de La Moncloa, que lleven a un diálogo efectivo a Gobierno, sindicatos y patronal; es urgente evitar un otoño excesivamente -caliente-, por la imagen de España en el exterior y por las consecuencias que tendría en la economía en el interior. En tercer lugar, es preciso un acuerdo entre los grandes partidos nacionales, incluyendo en ellos, si posible fuera, a los nacionalistas más importantes.


Ese pacto, del que ya hablan a gritos socialistas, convergentes y hasta peneuvistas, sin contar con expresidentes del Gobierno como Felipe González, no se contempla aún como inevitable por parte del sectores del Partido Popular (los que se expresan como portavoces en público) ni por algunos sectores mediáticos, pero un 89 por ciento de los ciudadanos lo creen conveniente, según las últimas encuestas que manejamos.




2.- De ese pacto tiene que salir una acción política que influya sobre la economía, supuesto que -la economía es política y viceversa-, como dejó esculpido creo que Galbraith. Ello supone iniciar sin demora una reforma constitucional de envergadura, especialmente en el Título VIII, en el sentido antes apuntado. Igualmente, supone poner en marcha reformas económicas inaplazables, entre otras la aprobación, ya, de una Ley del Emprendedor, que se demora inexplicablemente. 


3.- El adelgazamiento del Estado -que no del estado de bienestar- es otra premisa fundamental de ese gran triple pacto: la reducción del número de políticos -España bate el récord mundial--, la potenciación de la sociedad civil, la reconducción de la proliferación legislativa, la venta de algunos activos del Estado -aunque sea a precios desventajosos; ¿es que acaso se puede elegir?- constituyen elementos esenciales para dar ejemplo a una ciudadanía que ve que lo primero ha sido vaciarle el bolsillo.




4.- España tiene que emprender acciones de relaciones públicas y lobby en el exterior, tanto de cara a los medios de comunicación como a los grandes economistas mundiales, a determinados gobiernos e instituciones, a las agencias de calificación... Hay que gastar tiempo y dinero en este capítulo -entiendo que el Gobierno italiano lo está haciendo-, que no puede ser abordado solamente por el Gobierno del PP.


En este programa, que ya digo que sería un compendio ideal de muchas ideas dispersas que se van sedimentando, subyace la necesidad de un cambio radical de mentalidad: no podemos esperarlo todo -de hecho, me temo que no podemos esperar casi nada ni de los contactos bilaterales con otros mandatarios europeos ni de las presiones, más o menos sutiles, al BCE y a otros organismos-. Una ofensiva conjunta ante el exterior y un programa fuertemente regeneracionista de cara a los españoles parece ya una hoja de ruta inevitable, exigida desde muy numerosos y sin duda abrumadoramente mayoritarios sectores. ¿Hasta cuándo habrá que esperar?





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