Tarde del viernes, fin de semana. Cuarenta grados a la sombra. Pocas perspectivas para viajar con este condenado bochorno. Aquí en España hemos terminado apurados los sietes días bajo un cierto ahogo de conflicto social, años treinta. Se asaltan supermercados, se ocupan fincas, la guarda civil no da abasto entre robos y lanchas rápidas contra la gente droguera. Hay veces que es demasiado drama para un pobre periodista que no tiene otro hobby que lo que aparece en pantalla. Me van a dispensar, pues, aunque solo sea una jornada, del deber deontológico de la rigurosa actualidad. Me voy a Marte con el Curiosity, ¿qué les parece? Sí, sí, de acuerdo que allí no hay vida. Las primeras fotografías hacen pensar en el desierto almeriense en sus más altas horas de calor. De modo que si antes servimos para hacer películas de la Luna, ahora nuestros escenarios cinematográficos pueden trasladarse a Marte. Viendo este cacharro de altísimo nivel tecnológico que parece una personita formal haciendo todo lo que le mandan a varios millones de kilómetros, lo primero que piensa un profano como yo es cómo pueden los terrícolas lograr semejantes maravillas y en cambio no son capaces de poner un poco de orden en el mundo, terminando con el hambre, amén de mil otras cosas feas que padecemos por aquí. Ya he dicho que no quería calentarme la cabeza, porque precisamente este articulo se proponía hacer senderismo en Marte como vacación del alma en distintos espacios siderales, pero ni allí le dejan a uno descansar de la prima de riesgo y del ibex treinta y cinco. En fin, ya os contaré, paisanos.
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