Ahora los solares son un problema en Almería. Hace diez años eran objeto de lascivia monetaria para especuladores, dueños e inmobiliarias. Y hace cuarenta eran una bendición para los muchos niños que crecían en esta ciudad. Ironía trágica.
Para los que hoy rondan los cincuenta y algunos más, un solar era un paraíso descarnado, un océano de tierra donde navegar a bordo de tu imaginación y la de tu vecino. Los muchos niños que poblaban cada barrio ya se encargarían de mantener el solar; las piedras servían para las porterías y para batallas de loscos con el barrio de al lado. Si tenían montañitas, mucho mejor para los poseedores de bicis BH y Torrox. Todo barrio tenía calle, pero no todos tenían solares, eso era un distinción. El mío era muy grande, lo llamábamos Hogar y lo compartíamos por temporadas con el Circo y películas como El viento y el león. Era el campo de fútbol de gala para los partidos de los mayores y para los desafíos con los niños de otros barrios lejanos a la vuelta de la esquina.
Hace más de diez años, pregunté a cuatro niños que estaban sentados y muy aburridos en el borde de un enorme y apetecible solar. No sabían qué hacer y les propuse que jugaran con la pelota o a las canicas. Me miraban extrañados sin entenderme. Fue una lección de tiempo.
La crisis nos ha devuelto a la Almería de los años 60 y 70, llena de solares por cada rincón. Entonces los solares eran la transición del mundo antiguo rural y de posguerra al del urbanismo rapaz; hoy los solares son como cráteres del bombardeo de la tontería colectiva. Mantienen grandes anuncios para disimular la derrota y mantener la autoestima. Un solar no es solo la huella de la crisis inmobiliaria es sobre todo el símbolo del autoengaño colectivo. Vallar un solar es como ponerles multas al viento, crear el observatorio de la pereza o pensar que cerrando los ojos no nos va a quemar el sol. Es una nota más de este engaño colectivo en el que hemos caído por una falsa concepción de la política, la que hace pensar que la política es cosa de los políticos o de eso que llamamos Estado. Cuando el Ayuntamiento de Almería urbanizó la antigua Vega de Acá de golpe, pensando que ganaría al futuro, no esperaba este baño de humildad llamado crisis. Teníamos una estupenda vega y ahora tenemos unos estupendos solares que no sabemos qué hacer con ellos. Exigir hoy que el Estado, a través de sus múltiples tentáculos administrativos, se haga cargo de los solares es signo de los tiempos que vivimos, de lo que hemos perdido y hemos dejado que nos arrebaten. El liberalismo más amable es el de los solares, o el del tranco limpio de nuestras abuelas. Si fuéramos inteligentes, en vez de vallar solares tiraríamos a la basura los mil ordenadores, feisbuk y juegos de internet que están convirtiendo en idiotas emocionales a nuestros hijos y los soltaríamos a los solares, a que traguen polvo hasta que desaparezcan los espejismos del sol. Si no, llegarán pronto los Solares 2.0.
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