Hablan las crónicas galanas del siglo diecisiete de un caballero recreado entre almas de alcorza, algo ocioso de corte y perezoso en el uso de la espada, a no ser que se viese precisado por lances amorosos. Minucioso en la utilización de atuendos, gastaba el noble exigencias en la vestimenta, con cuya elección flagelaba sin intencionalidad a criados y asistentes, de tal guisa que no tenía empero en usar zapatos con llamativas y sofisticadas guarniciones, “pero –subraya la crónica-, donde lucía una mayor que una escarola era en los rapacejos de las ligas, cuyas lazadas no consentía que estuviesen desiguales una de otra ni en el canto de un real de a dos”. Tal exigencia del caballero le llevaba con frecuencia a evacuar consulta a sus criados y a los espejos de su residencia acerca de los tonos y colores de los trajes que cada día debía lucir y con los que manifestaba la situación en que se encontraban los amores con una dama a la que cortejaba sin complejos. El despecho, los celos, la pasión, el desden, la indiferencia o cualquier otro sentimiento o conducta del joven hacia su pretendida, positivos o negativos, deberan traducirse en los colores de sus vestidos. Con esta técnica comunicativa, la propia dama entendería con inmediatez cuál era el estado del caballero hacia ella, con lo que podría predisponer su propio comportamiento, si bien, a fin de cuentas, lo que realmente perseguía el galán era transmitir su propio estado y su momento amoroso.
Ropajes y colores
Salvadas las distancias, la utilización simbólica de colores y atuendos está muy extendida en el género humano y su uso está presente, prácticamente, en todas nuestras manifestaciones. Sin ir más lejos, las distintas confesiones religiosas tienen sus propios códigos cromáticos y sus ropajes para cada celebración y liturgia. El blanco y el negro tienen su significado concreto en las prácticas islámicas, el naranja azafrán es abrazado por el budismo, en tanto que el calendario litúrgico cristiano posee sus colores característicos de cada ciclo y de cada conmemoración y dispone de una variada y vistosa indumentaria para cada celebración.
La simbología de los atavíos y de sus colores está irremediablemente presente en nuestras vidas y en nuestra civilización, pero, en ocasiones, sus características no solo están sujetas a la climatología, sino que tal vez respondan a otras motivaciones. Mismamente, en este verano que languidece a regañadientes, nunca mejor nuestra ligereza de ropaje ha expresado el estado y la situación que padecemos, con una sintonía extrema. La expresividad de nuestros atuendos en relación al momento que sufrimos es tal, que la tez oscura y los cuerpos ataviados sólo con la frágil epidermis de humanos no pueden ser más representativos porque por donde se mire nos están dejando en pelotas, o si se prefiere , en bolas. Con perdón.
Consulte el artículo online actualizado en nuestra página web:
https://www.lavozdealmeria.com/noticia/9/opinion/31763/en-pelotas