Isla de Tierra es un peñón rocoso de poca extensión, situado frente a la playa de Sfiha, en la bahía de Alhucema. Un vestigio de nuestro pasado colonial africano y sobre todo una oportunidad o una rendija para que los inmigrantes subsaharianos, puedan pisar territorio español y así acogerse a la aplicación de las leyes nacionales, internacionales y la Declaración Universal de los Derechos Humanos, que entre sus disposiciones contempla procesos de repatriación con garantías; con la intervención jurisdiccional dado el caso y la actuación de abogados en defensa y protección de los intereses de los inmigrantes que no invasores, según consideración hecha por el ejecutivo español.
La entrega de 73 ocupantes del islote a la autoridades marroquíes para su expulsión inmediata a través de la frontera argelina, es un episodio vergonzoso y una vulneración lacerante de los principios más elementales que España tiene suscrito en esta materia.
Aunque el suceso, no tenga toda la proyección informativa que requiere, dada las circunstancias de emergencia nacional de nuestro país, si es sintomático del alcance de la degradación y la torpeza con la que el gobierno del Rajoy solventa temas cuyos protocolos de actuación están regulados desde hace decenios y el desparpajo con el cual la legalidad internacional es pisoteada por quienes deberían ser sus valedores.
La misma visceralidad y vehemencia deshumanizada que se ha empleado contra un puñado de desarrapados, tiene su prolongación y se traslada a esta otra Isla de Tierra, que se ha convertido España, rodeada no de agua por su cuatro punto cardinales -como decían las viejas enciclopedias-, sino de pesimismo y angustia cierta. ¿O es que acaso no merecen esta consideración la instalación en políticas hostiles frente a las clases desfavorecidas?
A la complacencia cobarde y perniciosa ante los estamentos más privilegiados de nuestra sociedad, acomodados en el mantenimiento de unos beneficios que a toda costa se intentan proteger o salvar gracias a la reducción o extinción hasta la misma insignificancia de derechos sociales más básicos e imprescindibles. La selección de unas cuantas mujeres embarazadas y menores entre los ocupantes del islote, en nada nos disculpa ni nos mejora. Lo acontecido estos días nos retrata envuelto en las peores de nuestras miserias, en la esquilmación incesante de los principios humanos más elementales y en la desviación ruin de un estado que ha tomado el rumbo de los náufragos, la brújula de los desesperados y la actitud de los capitanes déspotas y crueles que ya sólo esperan de un momento a otro un motín que no podrán sofocar. No pido, ni creo que podamos convertirnos en el centro de la compasión universal, tampoco sería viable, pero de ahí hasta suscribir un acuerdo de la noche a la mañana con Marruecos para deportarlos, existe un abismo. Bastante más distancia que la que uno ve a simple vista calcula, entre la Isla de Tierra y Alhucema, sólo a unos escasos cien metros.
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